Tengo la idea –la intuición, tal vez– de que las poblaciones occidentales se están desinteresando cada vez más de la política, asumiéndola como un mero apartado del espectáculo general de la vida pública. Que se han metido en la desalentadora contradicción que supone no tomarse la política en serio a pesar de saber de sobra que les va mucho en ella.
Se lo cuento a un amigo que ha hecho una pausa en Aigües de regreso de sus vacaciones.
–Fíjate aquí –le digo–. A la gente le da igual que el partido del Gobierno esté agotado y sin ideas porque comprueba todos los días que el otro partido, la supuesta alternativa, está por lo menos tan agotado y tan carente de ideas como el que manda... si es que no más. A la vez, tampoco se anima a elevar el listón de sus exigencias –a levantarlo del suelo, en realidad– porque ignora qué podría ambicionar, qué debería reclamar, por qué camino habría de exigir que se tomara y a quién poner al frente de la expedición. Lo que provoca la desmoralización general es esa doble convicción: que los de arriba son unos impresentables y, a la vez, que no tienen nada mejor para sustituirlos.
Mi amigo es todavía más pesimista que yo.
–¿Que si la gente piensa eso de la vida política? Será durante los escasos momentos en que piensa algo sobre la vida política...
El debate languidece.
En la pantalla del televisor vuelve a verse cómo arde medio Portugal. Al cabo de un rato, sale un caballero al que un letrerito presenta como primer ministro del estado vecino. Tiene aspecto de haberse colocado mal el peluquín y pide calma a la población con una mirada tan evasiva que parece estar a punto de salir huyendo. Su exordio resulta tan burocrático y apagado que transmite cualquier cosa menos tranquilidad.
Al cabo de un rato es el turno de Rodríguez Ibarra. Afirma que, si algo se hace mal en Extremadura (Estremadura, según el titular principal de la edición electrónica de ABC), él asumirá «toda la responsabilidad». ¿De qué habla? ¿Quiere decir que está dispuesto a dimitir, a irse, a dejar de una puñetera vez su sillón? ¿Que va a reconocer que si arde Extremadura –como Portugal, como Ávila– es porque no se gastan en limpiar los campos de yerbajos, de yesca, ni la cienmilésima parte del dinero que le afanan al personal?
En fin, para qué seguir. Si es todo el rato lo mismo.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (5 de agosto de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 24 de diciembre de 2017.
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