Dice el título de la noticia: «Un niño se suicida después de recibir un mensaje por Internet».
Impenitente racionalista, de haberme llegado a mí el teletipo, habría pensado: «Valiente tontería. ¿Qué más da que recibiera el mensaje por correo electrónico, por correo normal, por teléfono, por fax o a grito pelado? Lo de menos es el cómo; lo de más, el qué: la chica de sus amores le dijo adiós, y él se quitó la vida». Y como suicidios infantiles hay muchos, desgraciadamente, y además el suceso se produjo en el quinto pino, pues probablemente ni siquiera me habría parecido que tuviera mucho sentido dar importancia a la mala nueva.
Con lo cual habría dado otra muestra más de mi carencia de eso que se llama olfato periodístico.
Para tener olfato periodístico hay que acertar a conectar con los centros de interés y los sentimientos de las amplias masas. Algo de lo que a menudo soy incapaz. No por aristocraticismo intelectual, sino por pura y directa imposibilidad física. Debo de tener algo raro en las neuronas, que me vuelve materialmente incapaz de sentir interés, por ejemplo, por las circunstancias que rodearon el desventurado paso al más allá de la princesa de Gales. Lo mismo me ocurre con todo lo referente a la fausta boda que se prepara en Barcelona, que he oído que va a ser televisada en algo así como 70 países. Cito este par de asuntos, pero no me costaría nada mencionar medio centenar más.
Tampoco consigo entender esta manía que le ha entrado al personal de mirar con prevención todo lo que procede de Internet.
Supongamos que un día me animo y le mando a una bella moza una carta anónima llena de procacidades. ¿Alguien consideraría que Correos es cómplice de mi reprobable acción? Otro ejemplo, éste tomado de un centro de interés muy de moda: va Carlos y le dice por teléfono a Camilla Parker que quisiera ser su támpax. ¿Por qué ningún medio informativo tituló «Pornografía monárquica en British Telecom»? Internet tiene tanta culpa de que haya quien emplee mal su red como las autopistas de que vayan por ellas conductores borrachos a 160 por hora. Internet, como las autopistas, facilita la comunicación. Los accidentes de las carreteras buenas no pueden servir de argumento para defender las mal asfaltadas.
Pero este modo de ver las cosas, estrictamente racional, tiene mal encaje en una sociedad como la nuestra, ávida de dioses y de demonios. Una sociedad que prefiere imaginar que Internet encierra toda suerte de diabólicos peligros y que eleva a los altares a las damas de la caridad. Más que nada para transferir a esos fetiches sus propios fantasmas y evitarse tener que hacerse cargo de sus propias miserias.
Alguien debería decidirse a componer el himno de la nueva Internacional del Pensamiento Unico. Sugiero que incluya una estrofa que empiece diciendo: «En dioses, reyes y tribunos está el supremo salvador...».
Javier Ortiz. El Mundo (27 de septiembre de 1997). Subido a "Desde Jamaica" el 7 de octubre de 2012.
Comentar