La Casa Blanca no se ha tomado el trabajo de disimular el disgusto que le ha producido la victoria de Gerhard Schröder, por pírrica que haya resultado. El Gobierno de Bush considera que el reelecto canciller alemán ha «envenenado» las relaciones entre los dos países al anunciar que no respaldaría un ataque unilateral de EE.UU. contra Irak. De nada le ha valido a Schröder insistir, como ya hiciera días atrás el primer ministro portugués, en que un buen aliado tiene el deber de expresar con franqueza sus opiniones, incluidas las divergentes. Bush no quiere aliados; quiere súbditos.
La descortesía norteamericana hacia el electorado alemán no es sino otra muestra más de la soberbia ultranacionalista que George W. Bush exhibe constantemente y sin el menor recato. No se conforma con actuar como emperador del mundo: quiere que, además, la comunidad internacional le otorgue el derecho a comportarse como tal y que le aplauda cuando lo hace. El humillante desdén con el que trata al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas cada vez que éste no le concede el nihil obstat -o se retrasa en dárselo- y la inaudita desenvoltura con la que reclama que sus soldados y funcionarios estén exentos de rendir cuentas ante el Tribunal Penal Internacional, hagan lo que hagan, son muestras más que elocuentes del desprecio que le merecen los derechos de las demás naciones. No sólo se atribuye la libertad de intervenir contra aquellos gobiernos que él mismo juzga y condena como culpables de tales o cuales actos hostiles, sino que incluso se reserva la potestad de golpear a los que, aunque no hayan violado ninguna norma internacional, él entiende que podrían llegar a hacerlo en el futuro. A la vez, ampara y financia al Gobierno de Israel, pese a que éste sí ha demostrado ya más que de sobra que le traen sin cuidado las resoluciones de las Naciones Unidas, incluida la de anteayer mismo.
¿Es cierto, como pretende el incurable optimismo popular, que todo tiene sus límites? Tiendo a pensar que no. En todo caso, lo que sí es verdad es que todos los pueblos tienen su corazoncito y su tanto de orgullo. Schröder no se decidió a desolidarizarse con la belicosa arbitrariedad de la Casa Blanca porque se cayera del caballo y viera la luz, sino porque los sondeos le indicaron que la actual política exterior norteamericana gusta cada vez menos a los electores de su país. Ese giro de última hora ha sido una de las claves de su remontada final -y del ascenso electoral de Die Grünen, que tan bien le ha venido-.
¿Se trata de una peculiaridad alemana o del signo de una inflexión en la actitud de la opinión pública europea hacia el constante diktat de Washington?
De ser esto último, más valdría que se hiciera notar rápidamente. Antes de que Bush vuelva a demostrar lo mucho que ama la paz masacrando a la población civil iraquí... y manteniendo a Sadam en el poder hasta la siguiente.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (24 de septiembre de 2002) y El Mundo (25 de septiembre de 2002). Hay algunos cambios, pero no son relevantes y hemos publicado aquí la versión del periódico. Subido a "Desde Jamaica" el 15 de enero de 2018.
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