Sostiene Xabier Aierdi en un muy interesante artículo que salió publicado el pasado domingo en Euskaldunon Egunkaria que el nacionalismo vasco sólo tiene una salida constructiva: pensar menos en «el pueblo vasco» (Euskal Herria, en euskara) y más en la sociedad vasca.
Aierdi, profesor de Sociología en la UPV, es nacionalista, pero rechaza la mística nacionalista que lleva a considerar que el «pueblo vasco» no es la sociedad vasca que puebla hoy Euskadi, sino algo que fue, armónico y feliz, y que se trata de recuperar. O de reinventar, a imitación del modelo ideal.
Aierdi tiene razón. Cuando algunos nacionalistas hablan del «pueblo vasco», no se refieren a las personas asentadas ahora mismo sobre el suelo vasco, sino a una entelequia: a una especie de ave Fénix que ha de renacer de sus cenizas para volar de nuevo, noble y orgullosa, sobre las agrestes cumbres de las siete provincias.
La reivindicación permanente de ese «pueblo vasco» soñado en el pasado y deseado para el futuro conduce casi inevitablemente al rechazo del pueblo vasco presente. A fuerza de amar a un pueblo que no existe, se acaba por despreciar al pueblo que existe. Y por no tener en cuenta ni sus realidades, ni sus deseos, ni sus votos... ni sus vidas.
Ya lo escribió hace años Ángel González a otro propósito: «Creer con fuerza tal lo que no vimos / nos invita a negar lo que miramos».
No todos los nacionalistas vascos son místicos y esencialistas (urge decirlo). Conozco a muchos cuyo interés se vuelca en la sociedad vasca realmente existente, por más que tengan para ella otras aspiraciones (yo también las tengo para la Humanidad en general: no hay nada de malo en ello).
Y conviene precisar asimismo que la reflexión anterior no sólo concierne al nacionalismo vasco. Deberían aplicarse también el cuento muchos nacionalistas españoles que proclaman su amor por una «España» que tiene muy escaso parecido con el país que yo conozco, compuesto de diversas nacionalidades, estratificado en clases sociales distintas, separado por intereses contrapuestos, hablador de lenguas varias.
Reconozco que, cada vez que oigo a Aznar defender con pasión encendida eso tan suyo de «lo que es y significa la idea de España», me sumo en la perplejidad. Me interesa la gente real: su bienestar, su hogar, las parcelas de felicidad que pueda lograr, la escuela de sus hijos, su permiso de residencia, cómo se las arregla para llegar a fin de mes, si es que se las arregla...
«La idea de España», la verdad, no me conmueve gran cosa. Ni la mitología del «pueblo vasco». Me quedo con las sociedades vivas.
Javier Ortiz. El Mundo (9 de agosto de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 11 de agosto de 2010.
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