La sección de Opinión de El Mundo me pide que participe en su espacio dominical de debate titulado En la Red respondiendo a la pregunta «¿Cree usted que la ilegalización de Batasuna contribuiría al final de la violencia en el País Vasco?». Lo que sigue es el articulito que he enviado argumentando mi respuesta negativa.
Así que dejó de creer en la viabilidad de la negociación con ETA -opción que ahora pinta como el colmo de la ruindad, pero que también él probó en sus inicios presidenciales-, José María Aznar dejó muy clara su apuesta: fuera zarandajas, su Gobierno acabaría con la organización terrorista por la vía exclusiva de la represión, y punto. No dijo cuándo lograría ese objetivo, pero sí que lo conseguiría su Gobierno.
Han pasado seis años, está ya en el tramo final de su último mandato y ETA sigue tal cual, sin que la realidad muestre signo alguno que permita augurar su fin cercano. Eso tiene un nombre: fracaso.
Aznar sabe que la opinión pública puede ser tan devota como inmisericorde y no quiere que la evidencia de su fracaso en tan importante misión constituya parte esencial del legado que trasmita a su sucesor. De ahí el valor que otorga a la Ley de Partidos reformada y a su aplicación en el único caso para el que ha sido promulgada: la ilegalización de Batasuna.
¿Qué trata de conseguir con la ilegalización de Batasuna? Tiempo. Gracias, de un lado, a lo laboriosa que habrá de ser por fuerza la tramitación del procedimiento por muy de urgencia que se pretenda -ellos mismos hablan de siete meses- y, de otro, al considerable plazo que tardará en aplicarse la resolución judicial correspondiente y en apreciarse sus hipotéticos resultados prácticos, el actual Gobierno obtendrá año y pico de respiro, que es el plazo que necesita para presentarse ante las próximas elecciones generales aparentando que realmente tiene un plan para acabar con ETA.
Porque lo que no me creo es que Aznar se piense que la ilegalización de Batasuna va a contribuir a acabar con el terrorismo. Supongo que contará con que esa prohibición ni siquiera reducirá significativamente las proporciones del fenómeno social que representa la propia Batasuna, por no hablar ya de ETA.
Otra cosa sería que quisieran ilegalizar Batasuna por razones de principio, sin esperar ningún efecto práctico de la medida. Claro que, de ser así, empezarían autocriticándose severamente, porque Batasuna (o HB, o EH, que tanto da) asume ahora los mismos postulados que cuando ellos se oponían radicalmente a su ilegalización. Pero no hay nada de eso: lo que pretenden es que han encontrado un atajo para llegar rápidamente a la Tierra Prometida, con breve parada y fonda en el Tribunal Supremo.
No es que el cuento sea malo. Es que hay que dejarse de cuentos.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (17 de agosto de 2002) y El Mundo (18 de agosto de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 14 de enero de 2018.
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