Dudo mucho de que los secuestradores de José Antonio Ortega Lara se sientan profundamente conmovidos cada vez que tienen noticia de que en este edificio de aquí o en aquella ladera de allá se ha colocado un lazo azul gigante para reclamar la inmediata libertad del funcionario de prisiones. No creo tampoco que se vean asaltados por intolerables remordimientos al ser informados de que en la playa de no sé dónde los bañistas han construido una cadena humana -en forma de lazo azul, claro está- de cuya inusitada longitud bien podría dar cuenta el libro Guiness de los records. A decir verdad, estoy seguro de que les es asimismo indiferente que más de quinientos músicos de bandas valencianas se congregaran en la hermosa plaza de Catarroja para interpretar con entusiasmo digno de tal causa el último movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven. En suma: estoy convencido de que a ETA los lazos azules, sean de solapa o gigantes, al igual que las cadenas humanas y las sinfonías, le importan una higa: igual si son dos que doscientas. Porque esos signos son muestra de algo que ellos ya daban por descontado en el momento del secuestro. Saben de sobra que tienen en contra a la inmensa mayoría de la opinión pública, y no por mostrárselo una y otra vez van a alterar ni en un ápice su criterio y su determinación.
¿Quiere decirse entonces que no valen para nada todos esos actos de solidaridad? No. Valen para otros objetivos. Estoy seguro de que reconfortan a los familiares y allegados del secuestrado. Y es también posible que proporcionen un desahogo político a quienes participan en esas manifestaciones: gracias a ellas, pueden exteriorizar la indignación que sienten ante los inaceptables métodos de lucha de ETA.
Digo, pues, ambas cosas: que por esa vía no se contribuye ni poco ni mucho a la liberación de Ortega Lara, pero que no por ello deja de tener sentido emprenderla.
Lo que no puedo respetar, lo que me parece radicalmente mal, es que en esa campaña se involucre, como se está haciendo, a niños y niñas que carecen aún de la capacidad de discernimiento necesaria para entender lo que está en juego. Me produce bochorno contemplar el espectáculo de esas pobres criaturas que salen cada dos por tres en radios y televisiones leyendo muy enfáticas proclamas repletas de principios políticos que no están en condiciones de entender ni calibrar.
Da igual lo noble de la causa. No hay que inducir a los niños a participar en campañas políticas. Hay que enseñarles a razonar; no proporcionarles el resultado del razonamiento, y menos la bandera bajo la cual marchar.
Es muy sencillo manipular con hermosas palabras la candidez de los niños. Todos hemos tenido siete, nueve, once años. Algunos incluso nos acordamos.
El secuestro de Ortega Lara es una tragedia de adultos. Dejemos a los niños en paz.
Javier Ortiz. El Mundo (10 de julio de 1996). Subido a "Desde Jamaica" el 14 de julio de 2011.
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