Sonadas declaraciones del presidente de la Comisión Constitucional del Congreso de los Diputados, Alfonso Guerra, en los Cursos de Verano de El Escorial. El ex número 2 del PSOE la emprendió contra las reformas estatutarias en marcha -contra la catalana, muy en especial- y dictaminó que «no hay Estado que pueda resistir [una] residenciación fragmentada de la soberanía» como la que, según él, están pretendiendo algunas comunidades autónomas.
La tajante toma de posición de Guerra no va a pasar desapercibida. Primero, por ser quien es (o quien fue) y por el interés mediático que siempre despiertan sus intervenciones. Segundo, porque ha abierto otro frente interno contra Zapatero, con independencia de que ya no encabece ninguna tendencia organizada dentro del PSOE. Añadamos a ello su papel al frente de la Comisión Constitucional del Parlamento, puesto desde el que puede ejercer no poca influencia en estos asuntos.
Cuando se refiere a la Constitución y a sus límites, Alfonso Guerra sabe de qué habla. Suele concederse el solemne y cursi título de «padres de la Constitución» a los políticos que aparecieron ante el gran público como sus redactores: Peces Barba, Fraga, Solé Tura, Herrero... Pero quienes siguieron de cerca el proceso de elaboración del texto constitucional saben bien que aquel pastel tuvo dos cocineros principales: Fernando Abril Martorell, por parte de la UCD, y Alfonso Guerra, por el PSOE. Ninguno de los dos era constitucionalista, pero ambos tenían claro lo que sus respectivos bandos podían y querían conceder y lo que no. Cuando los asuntos más delicados llegaban al órgano parlamentario correspondiente, o venían con el visto bueno de Guerra y Abril o no pasaban.
Ayer Guerra se refirió con amargura al artículo 150.2 de la Constitución, que abre la posibilidad de transferir a las comunidades autónomas algunas facultades propias del Estado. Es un buen ejemplo del papel que jugó en aquel proceso, con independencia de que en ese punto concreto no lograra imponerse. «Siempre me opuse a ese artículo, pero me convencieron de que lo aceptara asegurándome que nunca se utilizaría», dijo. Lo primero es totalmente cierto: se opuso. Lo segundo, no. No se hace justicia: no era tan ingenuo. La verdad es que hubo de pasar por ese aro para evitar una ruptura total con las corrientes nacionalistas, lo que habría representado un grave revés para su propio partido.
Habrá quien piense que Guerra aparece ahora con esos rollos porque no se resigna a su apartamiento del proscenio político. Para hacerse notar, como quien dice. No sé qué ocultos deseos puedan motivarle -siempre me ha parecido de una fatuidad y una soberbia absurdas, desmesuradas-, pero me consta que lo que dijo ayer es lo mismo que ha dicho siempre.
En el socialismo español siempre han convivido dos tendencias que, en último término, son antagónicas. Hay un socialismo de raíz federalista, con sede principal -aunque no única- en Cataluña, y hay un socialismo que hermana jacobinismo y celtiberismo en defensa de «la patria única e indivisible». Guerra nunca ha ocultado su desprecio por los postulados «periféricos» y su desconfianza hacia quienes tratan de asentar «lo español» sobre una u otra forma de multiculturalismo. Lo demostró durante las negociaciones del texto constitucional -en eso se entendería perfectamente con Abril Martorell, que era de su mismo género- y lo sigue demostrando ahora.
La intervención de Guerra no es ningún eco del pasado. Sus palabras encajan muy bien con los sentimientos no ya sólo de la derecha centralista, sino también con los de la izquierda centralista, que existe y tiene mucha fuerza.
Me temo que habré de volver sobre ello más de una vez. Amenaza con ser un asunto recurrente.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (9 de julio de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 5 de julio de 2017.
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