Hay quien compara el avispero en el que EE.UU. se ha metido en Irak con la ratonera que les supuso su intervención en Vietnam, y es cierto que entre las dos ocupaciones militares hay parecidos notables, sobre todo políticos. Pero las diferencias son fundamentales.
Una, y no la menor, es que en Vietnam el Ejército de Washington se enfrentó con un enemigo unificado, sometido a un solo mando. Un enemigo que controlaba la mitad norte del país (la República Democrática de Vietnam) y que estaba fuertemente organizado en el sur a través de FNL (el llamado Vietcong), que con el tiempo constituyó su propio Gobierno Revolucionario Provisional.
De este modo, la política norteamericana tenía una alternativa. Más o menos repulsiva o atractiva, según para quién, pero una. Cuando el Gobierno de Washington admitió que su presencia allí era insostenible, tuvo con quién parlamentar y pudo llegar a acuerdos que, mal que bien, fueron cumplidos por ambas partes. En el actual Irak, en cambio, no tendría con quién entablar una negociación, aunque quisiera. La resistencia no está unificada. Los grupos armados siguen derroteros no sólo diferentes, sino incluso opuestos. No tienen un proyecto común.
Hay en ese punto otra importante diferencia. En Vietnam, el Gobierno de Saigón, aunque con razón calificado de títere, contaba con un ejército amplio y bien pertrechado y con un importante entramado administrativo. Washington se apoyaba sobre el terreno en una estructura brutal y corrupta, pero dotada de solidez real. En un Estado, en suma. Lo que hay en este momento en Irak no se parece en nada a un Estado. Es una superestructura artificial, sin un poder coercitivo propio y sin ninguna capacidad de organizar la vida social. De quedar a su suerte, no resistiría ni cuatro días.
Alguien ha definido el Irak de hoy como «un país sin Estado». Desde luego que eso no es un Estado, pero tampoco está nada claro que sea un país. Constituido a capones en su día uniendo a pueblos que desconfiaban los unos de los otros -los beduinos del sur llegaron a levantarse en armas en 1920 contra el proyecto unificador tutelado por Gran Bretaña-, con Sadam Husein todavía se mantenía la apariencia de un país, forzada por la capacidad de represión y disciplina del Estado, pero el derrocamiento de su dictadura ha abierto la caja de Pandora. A ver quién mete ahora de nuevo en cintura todos los viejos fantasmas liberados.
El «trío de las Azores» no sólo declaró una guerra cruel, innecesaria e injusta. Favoreció también que el caos se vaya abriendo paso en un área del mundo que ya antes estaba, dicho sea en pocas palabras, de mírame y no me toques.
Es fantástico: tanto servicio de información y tanto satélite espía y al final no tienen ni idea de lo que se traen entre manos.
Javier Ortiz. El Mundo (30 de junio de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 21 de abril de 2018.
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