La vieja, recurrente y tirando a aburrida disputa entre los antitaurinos y los taurinos estrena esta temporada un nuevo argumento: el siglo XXI. Era inevitable.
Los enemigos de la tauromaquia han colocado en el centro de Madrid un cartel gigantesco que plantea una cuestión que debe de parecerles definitiva: se preguntan si estamos en el año 2000 o en la Edad Media.
Ya me veo las carcajadas de los aficionados a los toros -entre los que no me encuentro-: ellos saben que en la Edad Media se mataba a los bichos conforme a un arte -dicho sea en el sentido meramente instrumental de la palabra- que no tenía apenas que ver con lo de ahora.
Apelar a la Edad Media para cuestionar la tauromaquia es tan inútil como hacerlo echando mano de la conmiseración por los toros de lidia: de quedar prohibidos los espectáculos taurinos, la especie del toro bravo desaparecería ipso facto de la faz de la tierra. A ningún ganadero le compensaría cuidar de ellos. Salen extremadamente caros. Los llevarían en masa al matadero, donde no tendrían una muerte mucho más bonita. (Lo cual tampoco me quitaría el sueño, dicho sea de paso: todos los días se extinguen varias especies de animales, y uno tiene que dormir.)
Lo malo de la tauromaquia, por lo menos para mí -la razón por la que me disgusta, quiero decir-, no es que los toros sufran, sino que los aficionados disfruten.
«Claro; que disfruten con el sufrimiento de los pobres toros», apostillará algún antitaurino. Pues no; todo lo contrario: que disfruten al margen del sufrimiento de los toros. «¿Con el riesgo que corren los toreros, entonces?». Tampoco.
Los taurinos no son sádicos. No van a las corridas para deleitarse con la muerte de los bichos. No obtienen tampoco ningún placer especial en el riesgo de los toreros. Es más: se cabrean cuando éstos se juegan la vida por culpa de su torpeza (porque toda cogida es el resultado de un error del torero). No: ellos van a ver si hay suerte y contemplan un espectáculo de pericia elegante.
Eso es lo malo. Que en el resto ni piensan.
Igual que el aficionado al boxeo no acude a los combates para ver como unos mendas se dan de puñetazos para ir quedándose poco a poco gagás. Lo que quiere ver es la esgrima de los brazos, la astucia del desgaste del rival, la belleza del golpe certeramente dirigido. Lo otro, ni lo ve.
Lo que más odio de la fiesta de los toros, como de los combates de boxeo, es lo que tiene de parábola de la miseria de la raza humana: solo vemos la parte de la realidad que nos interesa.
¿Algo propio de la Edad Media? Qué va. De ayer, de hoy y, lo que es peor: también de mañana.
Javier Ortiz. El Mundo (17 de mayo de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 23 de mayo de 2011.
Comentarios
Muy acertado, en el día de hoy.
Escrito por: pakua.2011/05/23 14:24:28.886000 GMT+2
Escrito por: kala.2011/05/23 20:17:26.021000 GMT+2