Está circulando últimamente entre los usuarios de Internet un juego divertido. Según empieza, su autor asegura que te va a adivinar el pensamiento. Acto seguido, te enseña cinco naipes de póquer; cinco figuras. Te pide que pienses en una, que digas en voz alta cuál has elegido («Esto es muy importante», precisa) y que pases después a la siguiente pantalla. Lo haces y aparece un mensaje: «La carta que había elegido usted... ¡ha desaparecido!». Y así es: repasas las cinco cartas y la tuya ya no está entre ellas.
Conozco gente que se ha tirado días devanándose la sesera con el enigma: «Pero ¿cómo narices...?».
La solución, en realidad, es extremadamente simple: no sólo se ha evaporado tu carta, sino las cinco de la primera pantalla. Pero, como únicamente habías prestado atención a una, y lo único que recordabas de las otras cuatro es que eran también figuras de póquer, y todas las figuras de póquer tienen un aire, y las cinco nuevas cartas también son figuras, pues caes en la trampa.
Es un juego muy aleccionador. No tanto por el juego mismo como porque demuestra cuán fácil es conseguir que la gente se engañe sola. Si se la incita sutilmente a fijar su atención en tal o cual aspecto parcial de la realidad, no ve el resto del conjunto, por muy descarado que se muestre.
No se trata de lograr que los árboles impidan ver el bosque: si alguien ve los árboles -todos los árboles-, el resto ya sólo depende de su capacidad de abstracción. Se trata de empujarle con disimulo a prestar atención únicamente a unos cuantos árboles, para que ella misma llegue a la conclusión de que eso es todo el bosque.
En el juego, algo tan idiota en apariencia como la obligación impuesta de decir en voz alta la carta elegida -¿de qué podría valer, si es imposible que el autor del juego escuche lo que uno dice?- resulta esencial, porque contribuye a distraer aún más tu atención.
Me gusta el truco por lo bien que reproduce, a escala, el gran ardid por el que unos pocos consiguen, en nuestras sociedades actuales llamadas libres, hacer lo que les da la gana sin que el común de los mortales se dé cuenta de que está siendo manipulado y engañado. Grandes aparatos de distracción se encargan de que la inmensa mayoría mire tan sólo hacia un puñado de árboles. Siempre los mismos. Así, acaba dando por hecho que el bosque es sólo eso que le muestran.
Entretanto, los dueños de los grandes aparatos de distracción y sus amigos se dedican a expoliar a su antojo y beneficio el resto del bosque.
Javier Ortiz. El Mundo (1 de marzo de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 5 de marzo de 2013.
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