Coincidiendo con los fallidos trabajos vinculados a la celebración del sexagésimo aniversario de la creación de la ONU, se han publicado no pocos comentarios y editoriales de prensa en defensa de la tesis de que, si bien la Organización de las Naciones Unidas tiene defectos gravísimos que justifican las críticas más acerbas, peor sería que no existiera, porque, aunque lo suela hacer tarde y mal, unas veces por exceso y otras por defecto, aporta algunos encomiables procedimientos de moderación de las tendencias más agresivas presentes en la arena mundial.
Es un argumento defendible -cuenta con el valor añadido de la resignación, que muchos confunden con la sensatez-, pero también resulta perfectamente objetable. Cabe argumentar, en efecto, que si la ONU se mantiene aunque sea en precario, no es por los aspectos mal que bien positivos de su labor, sino porque confiere al actual desequilibrio internacional de fuerzas una pátina de consenso asambleario muy conveniente para quienes acaban haciendo lo que les place e imponiendo su ley.
El espectáculo que proporcionó el viernes en su sede suprema, con la asistencia de tropecientos jefes de Estado y Gobierno, fue la representación más descarnada de esa cruda realidad. Un puñado de oligarcas se conchabaron para guisarse un manifiesto a su medida y, cuando ya lo tuvieron cocinado, se subieron a la tribuna y lo presentaron como «documento de consenso», sin importarles ni poco ni mucho que la mayoría de los Estados miembros ni siquiera hubiera tenido la oportunidad de discutirlo.
Anteayer pasó otro tanto cuando Bush y los suyos defendieron la singular tesis de que algunos estados tienen derecho a contar con energía nuclear y otros no, en razón de los vigentes tratados internacionales sobre armamento. La representación iraní señaló que no hay ningún tratado internacional que conceda a unos estados en exclusiva el derecho a producir energía atómica con fines civiles y recordó que EE.UU. tiene el récord en materia de incumplimiento de los acuerdos internacionales sobre fabricación y almacenamiento de armas prohibidas. Con independencia de lo que uno pueda pensar sobre las actuales autoridades iraníes, es obvio que en este par de puntos les asiste toda la razón. Pero nadie les hizo ni caso.
La verdad pura y dura es que Washington hace con la ONU lo que le peta, y cuando avanza en la dirección que le viene mejor -aunque sólo sea a efectos cosméticos-, le deja hacer, o incluso la jalea, y en cuanto se mete en camisas de once varas, o más, la bloquea y se queda tan ancho.
No estoy seguro de que el hundimiento de la Organización de las Naciones Unidas (que ni es organización, porque es un cachondeo, ni agrupa naciones, porque son estados, ni están unidos, porque la división es su máxima divisa) resultara positivo. Cualquiera sabe. De lo que no me cabe duda es de que dejaría todo mucho más claro.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (17 de septiembre de 2005) y El Mundo (19 de septiembre de 2005). Hemos publicado aquí la versión del periódico, la cual es más extensa. El apunte se titulaba De la ONU como coartada. Subido a "Desde Jamaica" el 15 de septiembre de 2017.
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