Siempre me ha parecido aberrante que el Código Civil español incluya entre los deberes de los cónyuges el de «guardarse fidelidad». Un juez no es quién para decidir qué diferencia la fidelidad y la infidelidad conyugales. Cada pareja es libre de pactar sus propias reglas de funcionamiento y definir su particular idea de la fidelidad. Si una de las partes se siente traicionada, en ese terreno como en cualquier otro, ¿qué sentencia judicial podrá obligarle a avenirse a lo contrario? Hay materias que deben ser reguladas, sí, pero no por el poder legislativo, sino por las personas que las comparten.
Bueno: pues, lejos de corregir ese absurdo del Código Civil, nuestros legisladores se disponen a añadirle otro semejante. Ahora quieren que la ley obligue también a los cónyuges a «compartir las responsabilidades domésticas».
Se ha puesto de moda aprobar normas muy vistosas, pero perfectamente inaplicables. Me malicio que las legislan para que no se diga que no hacen nada para corregir la mala educación cívica imperante, que es de pena. Primero se acomodan a un modelo social en el que la chavalería es educada en el individualismo más feroz -en las normas patriarcales más chirriantes, en la división de papeles más obvia, en el autoritarismo, en la ley del más fuerte-, y luego pretenden que van a arreglar los efectos devastadores de esa espantosa educación metiendo a un juez en el pasillo de cada casa, para que evalúe, con docta imparcialidad, si hay igualdad, trato exquisito y, por supuesto, un «reparto equitativo de las funciones domésticas».
¡Cuanta hipocresía! ¿Por qué no empiezan por rechazar la obvia desigualdad de trato entre los sexos que se produce, por ejemplo, en la Iglesia católica? Han tenido ocasión de verlo en vivo y en directo: se han desplazado en masa a Roma para arrodillarse y cantar loas al «hondo contenido social» de esos santos varones que no permiten a ninguna santa hembra meter baza en sus asuntos. ¿Han constatado si hay un «reparto equitativo de las tareas domésticas» en el Vaticano?
O tal vez no nos haga falta viajar tan lejos. ¿Lo hay en el palacio de La Zarzuela?
Me pregunto si habrán previsto la posibilidad de que los tribunales juzguen, cuando se apruebe esta nueva redacción del artículo 68 del Código Civil, si en las casas bien hay un reparto equilibrado de las tareas domésticas entre el señor y la señora (una vez descontada, claro está, la labor del servicio).
Nos reímos en nuestra juventud -unos pocos, a decir verdad- de Francisco Franco, porque el dictador promulgó un decreto que prohibía la lucha de clases. «¡Qué ridículo!», dijimos. «¡Como si las realidades sociales pudieran suprimirse por decreto!».
Pues los hay que siguen en ese mismo empeño. Ellos prohíben. Y si luego los hechos no tienen nada que ver con lo legislado... pues peor para los hechos.
Javier Ortiz. Apuntes del natural y El Mundo (16 de abril de 2005), salvo el aviso inferior, el cual sólo apareció en los apuntes. Subido a "Desde Jamaica" el 11 de noviembre de 2017.
Aviso.- Algunos lectores me han escrito para manifestarme la extrañeza que les ha producido enterarse de que he firmado, junto con José Saramago, Bernardo Atxaga y Julio Medem, un manifiesto de respaldo a la candidatura de Ezker Batua a las elecciones vascas. Un lector, en concreto, me señalaba la incongruencia que veía entre ese apoyo electoral y lo que escribí hace escasos días sobre lo que votaría o dejaría de votar.
Es lógica su extrañeza. He de aclarar que, aunque en efecto mi firma aparece al pie de ese manifiesto, yo no lo he suscrito. Me invitaron a hacerlo y respondí agradeciendo la deferencia, pero rehusando el ofrecimiento. Estoy seguro que, en el follón de la campaña, alguien del aparato de Ezker Batua confundió la lista de las personas con las que en principio esperaban contar para el manifiesto y la de quienes efectivamente aceptaron respaldarlo. Es un error que lamento, pero del que tampoco estoy dispuesto a hacer un mundo.
Tengo muy buena relación con Javier Madrazo, Antton Karrera, Oskar Matute y otros miembros de EB. Me alegraré si la votación les es favorable. También tengo buena relación con políticos que figuran en otras candidaturas pero, a estos efectos, da igual. Nunca he pedido el voto para nadie. Ni siquiera he animado a votar: quienes me conocen saben que considero la abstención como una opción tan válida como cualquier otra. En tanto que comentarista político -que es la actividad por la que cuento con algún predicamento público-, me ciño al análisis de la realidad, y no quiero que nadie pueda creer que ajusto mis comentarios a tales o cuales intereses o consignas de partido.
Confío en que con este comentario quede aclarado el asunto.
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