Me llama mi buen amigo Gervasio Guzmán. Está perplejo. No se explica lo de Mario Conde.
-De veras; no lo entiendo. No entiendo que se lanzara a pegarse a la vez contra tantísimos poderes establecidos si tenía tantos flancos débiles. Dí por hecho que guardaba en la manga bazas decisivas para jugarlas a la hora de la verdad.
-No -le respondo-. No creo que tenga ninguna baza escondida. Las que tiene son sobradamente conocidas, y no puede usarlas.
-Pues entonces -alega mi buen Gervasio- es tonto de remate. Lo cual también me deja perplejo. ¿Cómo puede ser que un tonto de remate llegara tan arriba?
-Conde no es nada tonto -le replico-. Es sólo uno de esos listos que llegan a creerse, porque saben que son listos y porque las cosas les salen redondas durante un cierto tiempo, que son invencibles. La soberbia es su peor enemigo. Casi siempre acaba por vencerles.
-Ya estás hablando de Felipe González -se ríe Gervasio.
-Pues sí: ya estoy hablando de él. Y lo hago con motivos.
Pero, a las horas que eran, no podía decirle lo que ya sabía: que Pepe Amedo y Michel Domínguez habían cantado de plano ante el juez Garzón, y que el «señor X» empezaba a oler, dicho sea por la brava, a fiambre político.
Lo dijo muy confiado: «Ni existen pruebas ni existirán». Se olvidó del muy célebre poema de Bertold Brecht -y mira que yo se lo recordé-: «General: tu tanque es poderoso. Pero tiene un defecto: necesita un conductor». Mandó a sus huestes a combatir contra el terrorismo con las mismas armas del terrorismo. Pero, como él no podía ir -él no sabría hacerlo: sólo sabe matar de aburrimiento-, envió a unos individuos que ahora, puestos ante sus responsabilidades, quieren descargarse de ellas. Y dicen: «Yo cumplí las órdenes». Y dicen: «Yo conduje el poderoso tanque, sí, pero fue el general quien mandó que lo hiciera».
El general -o sea, el secretario general- lo tiene crudo. Creía, como Conde, que era intangible. ¡Todo le había salido siempre tan bien! Pero no se puede tentar tanto la suerte. Vale que ningún juez encontrara delito en la reventa de Rumasa. Vale que ninguno viera nada malo en lo del metro de Medellín. Vale que lo dejaran -Dios sabe por qué- al margen de lo de Flick y Flock, y de lo de Filesa. Vale que no le imputaran ser culpable de leso socialismo por tanto y por todo. Pero el cántaro no puede ir a la fuente tantas veces. Al final se rompe.
Se ha roto. Se lo va a romper en los morros Sancristóbal, patrón de los accidentes de recorrido. Se lo va a romper Amedo. Se lo va a romper Garzón. ¿Por venganza? Quizá. Pero sólo puede vengarse a gusto y a fondo quien encuentra dónde hincar limpiamente el diente de la venganza.
Javier Ortiz. El Mundo (20 de diciembre de 1994). Subido a "Desde Jamaica" el 19 de diciembre de 2011.
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