Una de las prácticas más visiblemente inquietantes -incluso a distancia- de los estados pertenecientes al fenecido bloque soviético era el llamado «culto a la personalidad». El pelotilleo servil que caracterizaba la vida política y social de aquellos regímenes llevaba a que los más variados enclaves fueran bautizados con nombres de los altos dirigentes de turno. Ciudades, barrios, empresas, centros educativos, complejos hospitalarios... a todo se le colgaba el nombre de algún preboste.
En Occidente se hacía mofa sistemática de ello. Y es que por los pagos democráticos lo normal era ya por entonces -sabia costumbre- no elevar a los altares públicos a los dignatarios en ejercicio, a la espera de que su trayectoria vital completa demostrara si eran merecedores de reverencia colectiva o no.
Las monarquías son otra cosa. En las monarquías, como en el socialismo real, se da por hecha la bondad excelsa de los de arriba. Así lo ha hecho España, monárquica de reestreno, que se ha entregado en cuerpo y alma a la práctica permanente del culto a la personalidad.
Echen una ojeada por Internet a nuestro solar patrio: se toparán con la Familia Real hasta en la sopa.
Verán que hay una Universidad Rey Juan Carlos I, un Complejo Residencial Juan Carlos I, un Muelle Juan Carlos I, un Parque Ferial Juan Carlos I, un Premio Nacional de Investigación Juan Carlos I, un Hotel Juan Carlos I (de cinco estrellas, por supuesto), un Jardín Botánico Juan Carlos I y hasta una Base Antártica Juan Carlos I.
La Reina Sofía no le anda a la zaga: su nombre adorna un Museo Nacional, varios hospitales, un premio de rehabilitación, otro de poesía, un hotel, un complejo residencial, un aeropuerto, diversos colegios públicos e institutos, un Aula de Telecomunicaciones...
El Príncipe Felipe tampoco va mal servido: da nombre a un Palacio de Congresos, a un Museo de las Ciencias, a un Centro de Alto Rendimiento, al inevitable hotel de lujo, a los no menos inevitables colegios e institutos, a los consabidos premios e incluso -esto más original- a un barrio de Ceuta.
En fin, las infantas: trofeos hípicos y naúticos, bibliotecas, centros culturales, un concurso de piano, complejos hospitalarios... A uno de ellos debo precisamente haber reparado en esta proliferación: muy cerquita de mi casa mediterránea está el Centro de Parálisis Cerebral Infanta Elena.
Lo mismo es que yo soy muy raro, pero tanta dedicatoria regia me resulta estomagante. Este país cuenta con más que suficientes difuntos homenajeables como para verse obligado a agasajar con tamaña profusión a gente que está viva. Y que, además, vaya usted a saber en qué acaba.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social y El Mundo (3 de febrero de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 4 de febrero de 2011.
Comentarios
"En mi apunte "divagador" de ayer hice una referencia a un centro de parálisis cerebral, dedicado a la infanta Elena, en la que me tomaba esa enfermedad como si implicara la incapacidad para utilizar el cerebro para razonar. Lo cual fue sólo muestra de la incapacidad que tengo yo para utilizar a veces mi cerebro para razonar. Un muy digno, inteligente y republicano lector de estos Apuntes que padece los inconvenientes de esa enfermedad me ha afeado el error, no sólo importante, sino también desagradable. Me disculpo ante él y ante todos por mi frivolidad y mi torpeza".
Escrito por: PWJO.2011/02/04 10:02:22.078000 GMT+1