Oigo citar mucho en las últimas semanas un par de ideas comúnmente atribuidas a mi coterráneo Ignacio de Loyola.
La primera es la más achacada al de Azpeitia: «El fin justifica los medios». No insistiré en catalogar la ruindad ética de semejante patraña.
La otra es jesuítica sólo de rebote, porque procede del Derecho Romano. Me refiero al principio según el cual la causa de la causa es causa del mal causado.
El jefe del Gobierno de Israel ha echado mano de ese remedo de razonamiento para justificar la matanza que sus bombas causaron en Canáa. Según Ehud Olmert, si el Ejército israelí bombardeó esa población, es porque Hizbulá ha estado disparando desde allí sus misiles. En consecuencia, Hizbulá, en tanto que causa de la causa, debe ser considerada causa del mal causado. Eso sin contar con que Israel ya avisó a la población de Canáa de que debía irse con viento fresco, por lo que no puede decirse sorprendida. (Olmert no ha llegado a decir abiertamente que la culpa la tienen las víctimas, pero ésa es la idea de fondo.)
Ya sé que la comparación va a disgustar a muchos, pero me es imposible no establecer el paralelismo que existe entre la línea de defensa adoptada por las autoridades de Israel y la que durante años hizo suya ETA: si ella ponía bombas y mataba incluso a gente ajena al conflicto vasco, era en razón del «contencioso» existente entre Euskal Herria y el Estado español, «contencioso» del que era culpable el Estado español. En consecuencia, si la causa de sus bombas era la obstinación opresora del Estado español, el culpable de los muertos producidos por ellas no podía ser otro que el propio Estado español, dado que la causa de la causa es causa del mal causado.
La similitud entre las dos líneas de coartada es total. Cada vez que ETA puso bombas en casas-cuartel de la Guardia Civil y mató a pobres chavalines, hijos de agentes de ese Cuerpo de Seguridad, se justificó recordando que ya había avisado a los del tricornio que los combatientes sensatos no se llevan a sus hijos a la guerra. Tal como ha hecho hace pocas horas Olmert, ETA también dejaba claro que ya había avisado.
Hijos del mismo pensamiento, todos ellos vienen a considerarse meros instrumentos de una especie de designio superior, que está por encima de sus voluntades y les exculpa. Sus dedos aprietan el botón del disparador, pero en realidad no son sus dedos: es la maldad del Otro la que acciona el arma homicida.
Gracias a esa justificación, los unos y los otros han pretendido siempre tener la verdad en el bolsillo y estar sacrificándose por sus sufridos pueblos.
La gran diferencia estriba en que la llamada comunidad internacional dice que ETA es una banda terrorista, mientras que al Gobierno de Israel lo trata como a uno de los suyos. Quizá porque lo es.
Javier Ortiz. El Mundo (3 de agosto de 2006). Hay también un apunte que trata de lo mismo: Los iluminados.
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