Leo con interés el suplemento de Salud de El Mundo dedicado al análisis de los malos tratos físicos que algunos -bastantes- hombres dispensan a las mujeres con las que viven. Deduzco que es una bestialidad en el sentido literal del término: no conozco ni una sola especie de la clase de los mamíferos en la que el macho no imponga su dominio sobre la hembra recurriendo a su superior fuerza física. En esto como en casi todo, el comportamiento civilizado es el fruto del esfuerzo consciente de los hombres -y las mujeres- por apartarnos de nuestras respectivas naturalezas animales.
Agradezco al azar y a mis genes haber nacido escaso de fuerza física: para no verse tentado de comportarse como un energúmeno, no hay nada como no tener media bofetada.
En contra de lo que se suele dar por hecho, no es mejor ser alto y fuerte. Los canijos y esmirriados presentamos muchas ventajas. Incluso ecológicas: se necesita menos tela para vestirnos, menos alimento para saciarnos... Si se almacenara todo lo que ahorramos los pequeños por gracia de nuestro tamaño, se podrían hacer grandes obras de auxilio a los menesterosos, como se decía antes. Por expresarlo claramente: lo innecesariamente grande es un despilfarro, según descubrieron ya hace tiempo los fabricantes de aparatos de radio.
Pero, aparte de nuestras virtudes ahorrativas, los chaparros poseemos otras. No es menor la que ya he apuntado antes: los que no tenemos media bofetada nos sentimos muy poco inclinados a dirimir nuestros litigios por la vía de la violencia. Es algo a lo que me acostumbré desde muy niño -no diré que desde muy pequeño porque, como ya digo, ése sigue siendo mi estado- y que aprendí por el método que mejor enseña, esto es, experimentalmente. Un día me enfadé mucho con otro chiquillo y le arreé un mamporro. El chaval, que me sacaba dos palmos de alto y uno de ancho, aprovechó esa circunstancia para propinarme una verdadera somanta, sin que mis esfuerzos por evitarlo produjeran ningún resultado práctico. A partir de entonces, canalicé mis energías combativas hacia otros derroteros: primero hacia el género oral y luego, enseguida, hacia el escrito. Lo cual no sólo me ha ahorrado contusiones, sino que incluso me ha proporcionado el sustento.
Hay quienes sostienen que los retacos tenemos una natural propensión hacia la mala idea. Ponen los ejemplos de Hitler y Franco, entre otros. No me vale el argumento. Y no sólo porque cabría oponerle toda una lista de personajes de escaso físico y enorme bondad, sino -y sobre todo- porque a lo que me estoy refiriendo aquí, si se acuerdan ustedes del comienzo de esta columna, es a la violencia animal de los hombres contra las mujeres. En materia de posible perversidad mental -ahí sí-, hombres y mujeres estamos perfectamente igualados. Porque la perfidia no es animal, sino estrictamente humana.
Javier Ortiz. El Mundo (14 de febrero de 1998). Subido a "Desde Jamaica" el 16 de febrero de 2012.
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