Para nadie es un secreto que el terrorismo sionista tuvo una función de primer orden en la forja del estado de Israel, de cuya proclamación oficial se cumplirá medio siglo el próximo 14. Que los gobernantes israelíes sean hoy en día tratados a escala internacional como políticos más o menos honorables -tan honorables como cualesquiera otros, quiero decir- no debe hacernos olvidar que unos cuantos de ellos, ahora venerables ancianos, figuraron en su juventud en las listas policiales de medio mundo en tanto que muy peligrosos y perseguidos criminales.
Son cosas de la vida: también los gobernantes ingleses calificaron de terrorista a George Washington cuando se alzó en armas contra ellos, y ahí tienen ahora al menda, dando nombre a la capital del Imperio universal.
Pero les hago gracia del repaso histórico: doy por hecho que ya saben ustedes que todo terrorista se transforma en estadista así que es admitido en el gremio del poder. Llamaré su atención, eso sí, sobre un dato que rara vez se menciona cuando se analizan estos casos -por otro lado, nada infrecuentes en la Historia- de tránsito entre el terrorismo y la política sin tiros: me refiero a la enorme utilidad de los padrinos. Un terrorista sin padrinos es, como aquel que dice, un cero a la izquierda (o a la derecha, si hace al caso). Por el contrario, un terrorista con padrinos tiene ya andada buena parte de su ruta hacia la honorabilidad.
Los sionistas tuvieron padrinos de lo mejorcito. Contaron con el respaldo de los EEUU y de la URSS (que luego se arrepintió, pero a buenas horas). Incluso el Reino Unido se puso de su lado. Al final, lo de menos fueron las bombas. Sirvieron mayormente para que se notara que iban en serio. Tampoco importó demasiado que sus pretensiones fueran tirando a raritas: exigían que se formara un Estado controlado por ellos en una zona en la que la población judía -de reciente inmigración casi toda- estaba en franca minoría (téngase en cuenta que en 1933 apenas suponía el 20 por ciento de cuantos habitaban en Palestina).
Tomemos el caso de Irlanda del Norte ahora. El IRA ha matado lo suyo, desde luego. Pero aquí, como ya digo, la cosa no estriba en determinar quién es terrorista y quién no, ni quién tiene razón, ni quién está en mayoría y quién en minoría, sino qué padrinos tiene cada cual. Y el IRA los tiene de primera, vaya que sí, y en el mejor sitio: la colonia irlandesa en los EEUU es fortísima, y está muy bien instalada en los círculos del poder. Con lo cual, mister Gerry Adams ya es la mar de honorable, y si no llega a gobernar, no le andará lejos.
Seamos realistas: ETA lo tiene crudísimo, pero no porque sea una organización terrorista, ni porque esté en minoría, ni porque presente demandas inaceptables, sino, sobre todo, porque no tiene padrinos de peso en los grandes centros de poder mundial. Que si no...
Javier Ortiz. El Mundo (2 de mayo de 1998). Subido a "Desde Jamaica" el 4 de mayo de 2012.
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