Tienen razón quienes dicen que carecería de sentido que González planteara al Congreso la cuestión de confianza. Sería absurdo: sabemos que la mayoría de los diputados lo apoyan. Lo que está en cuestión ahora no es la confianza del Parlamento en González, sino la confianza del electorado en el Parlamento.
Existen sobrados motivos para sospechar que la composición actual de las Cortes no refleja ya, ni de lejos, el sentir -y el pensar- general. Y que los representantes del pueblo no representen al pueblo es algo que está muy feo en un sistema que se dice democrático.
«¡Están ustedes deslegitimando el Parlamento!», claman algunos solemnes cantamañanas. Deben creerse que basta con no hablar de las cosas desagradables para que éstas dejen de existir. Nadie está deslegitimando el Parlamento: es él el que se deslegitima solito, cuando hace la vista gorda ante la realidad extramuros, o cuando se empeña en embestir contra ella.
No es cosa de hoy. Ya las Cortes Constituyentes se metieron por esa problemática vía cuando la mayoría de sus integrantes consideró que en España había algunas tendencias políticas demasiado radicales para su gusto, y decidió que era necesario corregir tal cosa. Si los padres de nuestra Patria se hubieran atenido a los principios de la democracia, habrían dicho: «No nos gustan esas tendencias; no obstante, si existen y cuentan con fuerza real, tienen todo el derecho a estar representadas en las Cortes». Nanai. Elaboraron con ayuda de monsieur D´Hont una legislación electoral que les libraba de ingratas compañías, y a correr.
Luego atisbaron el peligro de que el populacho pudiera meter sus feas narices en los asuntos de la alta política, aupando a tales líderes o descabalgando a tales otros. A lo que también pusieron remedio pronto y eficaz, decretando que las listas de candidatos al Parlamento fueran cerradas y bloqueadas, para que sólo los grandes jefes de los partidos pudieran decir quién tiene derecho a ser diputado y quién no.
¿Producto de éstos y otros trucos conexos? Que los parlamentarios españoles han adquirido la perversa costumbre de enmendar la plana al pueblo en cada ocasión que éste no coincide con sus preferencias, según pusieron brillantemente de manifiesto el 14-D y el 27-E.
Su concepción de la democracia es totalmente funcional: se trata de que la gente vote como y cuando a ellos les viene bien. El resto del tiempo, no se sienten depositarios de la soberanía popular, sino sus propietarios. Razón por la cual les parece muy lógico que González decida que se celebren elecciones generales porque tiene líos con su partido -caso del 6-J-, a cambio de lo cual no ven que sea suficiente razón para convocar otras el que la mayoría del electorado esté, según todas las trazas, harto del Gobierno en (dis)funciones.
¿El pueblo soberano? Por un día, cuando le dejan, y va que chuta.
Javier Ortiz. El Mundo (22 de junio de 1994). Subido a "Desde Jamaica" el 15 de julio de 2012.
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