No gusta en los mentideros de la Villa y Corte que el BNG haya logrado tan buenos resultados en la votación del pasado domingo en Galicia. La queja es casi unánime: «¡Se están disparando los nacionalismos! ¡Todo el mundo se está apuntando a la bicoca que supone contar con un partido nacionalista fuerte para aprovecharse al máximo de las arcas del Estado!». Terrible mal para el que ya tienen una propuesta de remedio: «Habría que reformar la Ley Electoral para impedir que eso siga ocurriendo. Los partidos nacionalistas tienen una presencia parlamentaria desproporcionada».
Otros ha habido -pocos, a decir verdad- que se han escandalizado ante esa propuesta: la Ley Electoral -alegan- no puede estar para corregir la libre voluntad de los electores.
Se equivocan. Desde que existe, la Ley Electoral española viene alterando el verdadero pluralismo político de nuestra sociedad para privilegiar a los grandes partidos, deformando el sentido de los votos populares. La reforma que algunos pretenden ahora no representaría ninguna novedad: sería sólo otra vuelta de tuerca antidemocrática.
¿Que las nacionalidades están sobrerrepresentadas? Sin duda. Pero también lo están -mucho más- el PP y el PSOE. Su amplia presencia en el Parlamento no es proporcional, ni por asomo, a la cantidad de votos que obtuvieron en las elecciones.
Resulta cómico que éstos que preconizan ahora la reforma de la Ley electoral lo hagan en nombre de la justa proporcionalidad de la representación. De preocuparles tal cosa, les hubiéramos oído poner el grito en el cielo tras cada proceso electoral. Tomemos el de marzo de 1996, por ejemplo. Se suele señalar a veces que Izquierda Unida, con más del doble de votos que CiU, logró sólo cinco escaños más que la coalición catalana. Y así es. Pero nadie subraya nunca el hecho de que el PP, con cuatro veces más votos que IU (no llega: 38,7% y 10,5%, respectivamente), consiguió tener... ¡ocho veces más diputados! Toma proporcionalidad.
Lo que algunos quieren no es una Ley Electoral más justa, más capaz de expresar el ser de nuestra sociedad, sino una Ley que corrija la realidad y la acomode a sus deseos. Lo que desean es que el partido central de turno -el PP ahora;, el PSOE mañana, si llega el caso- cuente con la mayoría parlamentaria válida para gobernar sin necesidad de recurrir a apoyos exteriores. ¿Que el voto popular no le concede esa mayoría? Pues que se la proporcione la Ley. No son jacobinos -respetemos la memoria de Saint-Just-, sino nostálgicos de la Restauración. Sueñan con el bipartidismo forzoso.
No les basta con la lejanía de la realidad de la que ya padece el Parlamento. Quieren más.
Allá ellos. Pero les prevengo: si los nacionalismos periféricos no logran su reconocimiento en las urnas, lo buscarán en la calle.
Ya veremos entonces qué resulta más dañino. No ya para las arcas del Estado. Para el Estado, a secas.
Javier Ortiz. El Mundo (22 de octubre de 1997). Subido a "Desde Jamaica" el 24 de octubre de 2011.
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