El Gobierno de Bush ha decido enviar un equipo compuesto por -copio- «un millar de militares, analistas del Gobierno, científicos civiles y contratistas privados» (sic) para que encuentren las famosas armas de destrucción masiva de Sadam cuya existencia «indudable» fue la excusa de la que se sirvió el trío de las Azores para decidir que la guerra debía empezar sin ninguna dilación.
Colin Powell ha dicho que las armas aparecerán «sea como sea». Donald Rumsfeld ha afirmado que las encontrarán «antes o después».
La Unión Europea ha recordado que ya existe un equipo de inspectores de las Naciones Unidas que, amén de contar con una importante experiencia en la tarea, es depositario de un encargo del Consejo de Seguridad, cosa que el millar movilizado por Bush no tiene. De querer que se aclare si existen o no las armas de marras, lo lógico sería que la Administración estadounidense facilitara el regreso de Hans Blix y los demás miembros de la Comisión de Control, Verificación e Inspección, poniendo a su disposición, eso sí, todos los medios que reclamaran para trabajar mejor y más rápido. Sin embargo, la Casa Blanca ha hecho saber que «no es aún el momento de discutir ese punto». Sorprendente respuesta: o se discute ahora, precisamente, o no se discute nunca, porque dentro de nada los mil de Bush habrán ya usurpado las funciones de la Comisión de Blix.
¿Qué tiene de malo el equipo de Blix, que tanto empeño pone Washington en mantenerlo a distancia? Mírese el asunto por donde se quiera, la explicación sólo puede estar en sus acreditados rigor e independencia. Rumsfeld, que no es el colmo de la astucia, ha puesto el dedo en su propia llaga al quejarse de que, cuando encuentren las armas, seguro que habrá alguien que denuncie que las han puesto ellos.
Sin embargo, tiene un medio perfecto para que esa denuncia no pueda producirse: dejar que la labor corra a cargo de las Naciones Unidas, con todos los refuerzos que demanden sus expertos.
Pretenden obrar sin que nadie les vea y, a la vez, exigen que los demás nos fiemos de que no hacen trampa. Es demasiado.
Pero no, qué va. No es demasiado. Alguien al que se le tolera todo es imposible que se pase. Haga lo que haga. Aunque se trate de una clamorosa tomadura de pelo.
Ah, y ya que estamos en ello: ¿para qué hubiera podido querer Sadam Husein sus terribles armas de destrucción masiva si no estaba dispuesto a utilizarlas ni siquiera en el último momento?
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (19 de abril de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 28 de marzo de 2017.
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