Pensar el tiempo, pensar a tiempo. Revista Archipiélago
Lo primero es saber pensar. Lo cual no es fácil: requiere un aprendizaje, a veces duro. Después hace falta atreverse a pensar sin miedo, corriendo el riesgo de llegar a conclusiones incómodas, desagradables e incluso desmoralizadoras. El paso decisivo e irreversible es ya escribir y publicar lo que se ha pensado.
Loquor, ergo sum. La revista Archipiélago viene reuniendo desde hace tiempo a un conjunto de estudiosos que no sólo saben pensar por sí mismos, sino que se atreven a hacerlo con asiduidad y que además –suprema osadía– lo cuentan. En consecuencia, su empresa es difícil. Pero no se arredran.
Archipiélago, Cuadernos de crítica de la cultura, ha alcanzado ya, trimestre a trimestre, la cota de su número 10, y lo ha hecho con la audacia del que no tiene nada que perder, salvo su esfuerzo. Es un fenómeno singular. En este país, detrás de cada revista teórica que ve la luz uno se topa siempre con un Ministerio, una Consejería, una Diputación, al menos una alcaldía, o si no una Fundación, o un Banco, o sea: de un lado, alguien que quiere cubrir su expediente de mecenazgo cultural, y del otro, alguno que se gana los garbanzos de esa guisa. Detrás de Archipiélago no hay nada de eso. Detrás de Archipiélago sólo está Archipiélago, un conjunto de islas, dice, unidas por aquello que las separa: cada cual piensa críticamente –perdonen el pleonasmo–, y eso une; cada cual piensa libremente, y eso diferencia; todos, lectores y suscriptores incluidos, ponen su esfuerzo, y eso permite la subsistencia de la revista, que de no mucho más se trata.
Con su último número, doble, este Archipiélago móvil dobla un cabo. Su equipo editor se ha constituido en editorial, reforzando aún más su independencia técnica y política. Un acontecimiento que los responsables de la revista han celebrado presentando un conjunto de textos, buena parte de ellos –su «carpeta»– dedicados a reflexionar sobre el tiempo (Pensar el tiempo, pensar a tiempo), con textos de Ilya Prigogine, J.T. Fraser, Enrique Ocaña, Paz Moreno, Emmánuel Lizcano, Umberto Galimberti, Luis Castro Nogueira, Agustín García Calvo y J.A. González Saínz. Para quien crea que en nuestra civilización el tiempo no es sino ese uniforme latido rítmico que habita en nuestra muñeca durante los días –y, en el caso de algunos pesados, también durante las noches–, las reflexiones propuestas por estos autores les ayudarán a meditar sobre cómo el tiempo –nuestro modo de vivirlo– puede llegar a ser la cadena perpetua de tanta existencia humana.
El número 10-11 de Archipiélago, aparecido hace ya algunas semanas –esta reseña también está peleada con el tiempo–, incluye además otras notables piezas de pensamiento: un artículo póstumo del inolvidable Jesús Ibáñez (Residuos simbólicos), otro de Félix Guattari (En estos tiempos de fuerte reacción), tres sobre «la ilusión democrática» y otro de Daniel del Giudice, no menos sugestivo, sobre la narración de lo invisible. En total, doscientas páginas de denso y refrescante pensamiento subversivo.
Javier Ortiz. El Mundo (27 de febrero de 1993). Subido a "Desde Jamaica" el 22 de enero de 2018.
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