Creo en la casualidad.
Hay quien se empeña en recalcar machaconamente que «casualidad» es tan sólo el término que los mortales reservamos para designar aquellos procesos que están sujetos a tantas y tan complejas determinaciones que desbordan ampliamente nuestra capacidad de predicción. En ese sentido, la casualidad no sería, en último término, sino una variedad especial de la causalidad.
Pero el pensamiento humano es eminentemente práctico. Y, a fines prácticos, lo que nos interesa de la casualidad no son los aspectos genéricos que la emparentan con las otras formas de determinación, sino las especificidades que la convierten en funcionalmente indomeñable. Por supuesto que el resultado de cada tirada de dados viene prefijado por la colocación de éstos en el cubilete, las variaciones que experimenta su posición cuando el jugador los agita, la fuerza con que los arroja, la textura de la superficie sobre la que caen, el grado de humedad del aire, etcétera. Pero lo que interesa al resto de los jugadores -lo que justifica que jueguen- es que nadie puede controlar todas esas variables para ponerlas al servicio de sus propios fines. A tales efectos, es igualmente indiferente que el juego de los dados esté sometido, en su conjunto, a la ley de probabilidades. Porque el dinero se juega en cada tirada concreta.
Ahora bien: una cosa es creer en el azar y otra, muy distinta, considerar que si el suelo se moja cuando llueve es por pura casualidad.
Tomemos el caso de las últimas detenciones efectuadas por Garzón en Euskadi.
Sabemos que el ministro del Interior, Mariano Rajoy, viene vaticinando desde hace meses que las manifestaciones que van a realizarse en Barcelona con motivo de la próxima Cumbre de la UE degenerarán en graves incidentes como resultado de la confluencia de las huestes vascas de la kale borroka y los contingentes de okupas de la propia capital catalana. Y nos encontramos con que, en vísperas de esas manifestaciones, Garzón realiza una espectacular redada de militantes de Segi, de los que dice que «se preparaban para viajar a Barcelona». Rajoy, alborozado, presenta esas detenciones como una imprevista confirmación de que los actos contra la globalización neoliberal vienen envueltos en un halo de amenazante violencia, con la obvia intención de intimidar a la mucha gente pacífica que quisiera participar en ellos, pero que no tiene el menor deseo de verse en medio de una batalla campal.
¿Conclusión? Que sí, que la casualidad existe. Pero el resultado de sumar dos y dos es un asunto de otro género.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (10 de marzo de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 6 de marzo de 2017.
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