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1998/05/16 07:00:00 GMT+2

Cosas del arte

Este año se cumplen 75 años del nacimiento de Hank Williams, que murió sin cumplir siquiera los 30.

Muy poca gente conoce por aquí a Hank Williams. Sin embargo, su influencia sobre muchos míticos cantautores del siglo XX ha sido enorme. Pregunten a Mick Jagger por Hank Williams: les hablará maravillas. Lo mismo haría John Lennon, el pobre, si pudiera. A Jerry Lee Lewis, con cuyo ego se podrían llenar varios estadios, le preguntaron en cierta ocasión si él era «el más grande». Dijo que sí, por supuesto. Pero se corrigió de inmediato: «No; él más grande sigue siendo Hank Williams». Hace unos años, Leonard Cohen escribió una de sus canciones-poema, The Tower of Song: en ella colocaba a Hank Williams en lo más alto de la torre de la canción.

Hank Williams compuso decenas de canciones llenas de fuerza y de sensibilidad. Sin embargo, él era un bruto y un ignorante total. En una entrevista le preguntaron por qué hacía tantas canciones tristes (sad songs). Respondió: «Porque soy un sádico» (sadist). No era un juego de palabras ingenioso; es que no conocía el significado de la palabra sádico.

Los sentimientos los dejaba para las canciones. Un día que su mujer le reprochó lo mal que la trataba, le disparó cuatro tiros a un palmo de su cuerpo. «Ahora sabrás lo que son malos tratos de verdad», le masculló. Cuando no estaba como una cuba, estaba drogado. O las dos cosas a la vez. De hecho, murió harto de alcohol y pastillas en el asiento trasero de su coche, en medio de un viaje. Para entonces era ya una ruina.

Para la mentalidad del fan, el ídolo tiene que estar adornado de las mayores virtudes. Pero los ídolos no suelen ser nada virtuosos. Los hay que componen maravillas y son unos perfectos hijos de perra. Los hay que tienen una voz fantástica, llena de matices, y son absolutos cerdos.

Cuando su compañía discográfica sugirió a Frank Sinatra que cantara el Mrs. Robinson de Paul Simon, a comienzos de los 70, el divo alegó que él no podía de ningún modo interpretar una canción en la que se mencionaba en tono humorístico el nombre de Jesucristo. ¡Estaba todo el día rodeado de mafiosos patibularios y se escandalizaba por una broma inocente! Exigió que se censurara la letra.

Sinatra tenía una voz maravillosa y un sentido del ritmo portentoso. No es que tuviera estilo: era puro estilo.

La gran, la impagable ventaja de la industria moderna es que nos ha permitido tener a Frank Sinatra en casa y escuchar sus canciones sin obligarnos a soportar sus ideas ultrarreaccionarias, sus malos modos y su bochornosa chulería. Leí en la autobiografía de Lauren Bacall, By Myself, cómo era La Voz en la intimidad. Solo puedo decir que me alegro muchísimo de no haberme topado con nadie así.

Son dos planos extrañamente diferentes, pero muy claramente diferentes. Hay gente odiosa que seduce y enamora. Cosas del arte.

Javier Ortiz. El Mundo (16 de mayo de 1998). Subido a "Desde Jamaica" el 21 de mayo de 2011.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1998/05/16 07:00:00 GMT+2
Etiquetas: música el_mundo lauren_bacall 1998 cine frank_sinatra preantología hank_williams arte | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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