«El mundo exclama: "¡Cosas de españoles!" Y es verdad.»
(César Vallejo, Himno a los voluntarios de la República)
Tanto si estoy en mi casa del Alacantí como si me encuentro en Madrid, suelo oír los espacios informativos de Radio Euskadi, gracias a su transmisión vía satélite. Lo hago algunos días de manera aleatoria, para estar enterado de los asuntos de mi tierra, y siempre cuando en las horas siguientes me toca participar en la tertulia matinal, para saber qué noticias conoce ya la audiencia y cómo se las han contado, de cara a dar luego en mis intervenciones más o menos explicaciones introductorias.
Una noche de esta semana que acaba oí durante un rato una tertulia. Alguien -no es que prefiera no hacer alusiones ad hominem, es que no me enteré de quién era- se opuso a la posibilidad de que Ibarretxe acuda a las reuniones de presidentes autonómicos que Zapatero ha dicho que tiene intención de convocar. El argumento en el que basaba su rechazo era que esas reuniones van a dedicarse a discutir qué es lo que tiene que hacer el Estado español, y a un nacionalista vasco no le importa qué haga o deje de hacer el Estado español.
El razonamiento me pareció horroroso. Primero, y con carácter general, porque creo que todo vasco con convicciones solidarias debe tener interés en el porvenir del Estado español (y del belga, y del italiano, y del senegalés, y de cualquier otro), y está obligado a hacer cuanto se halle en su mano por contribuir a mejorarlo. Y segundo, y de manera más concreta, porque Euskadi y su población se encuentran dentro del ámbito de actuación del Estado español, día a día y hora a hora, y todas las decisiones de política general que se tomen dentro de ese ámbito les afectan, para mal, para bien, para peor o para mejor. Cada cual es perfectamente libre de desear que la realidad sea otra y de combatir para ello pero, a la espera del momento en que sus deseos se realicen, es absurdo que se declare indiferente a cuanto les suceda a los suyos y a él mismo en la práctica cotidiana.
Me contaron que, allá por los años de la última posguerra mundial, invitaron a la dirección del PNV en el exilio a estar presente en una reunión previa a la constitución del movimiento de la democracia cristiana europea. Me parece que iba de eso. En cualquier caso, el hecho es que se montó una acalorada discusión sobre si debían acudir o no. Los había que decían que un nacionalista vasco no pintaba nada en aquel foro, porque los convocantes no tenían una posición clara sobre el derecho de autodeterminación. Y el lehendakari José Antonio Aguirre, aún escocido por las consecuencias que había tenido para Euskadi que el PNV no hubiera participado más activamente en el advenimiento y la formalización de la II República Española, dijo: «Nosotros tenemos que ir a todo. Incluso a una reunión de bomberos, si nos invitan. Y si podemos sacar algo positivo, pues bien. Y si no, pues nada».
Me parece de sentido común. Algunos dicen que, si Ibarretxe acude a una reunión de ésas, renuncia a «la bilateralidad de las relaciones España-Euskadi» (a tratar de tú a tú con el Gobierno español, en cierto modo). Pero ninguna reunión a la que acuda le obliga, ni a él ni a nadie, a renunciar a ninguna posibilidad futura, a no ser que le reclamen esa renuncia para dejarle asistir, lo que no es el caso. La complejidad de las relaciones del Gobierno de la Comunidad Autónoma del País Vasco con las autoridades centrales, de un lado, con las autoridades de las demás comunidades autónomas, del otro, y con el conjunto del entramado de la Unión Europea, de un tercero, no puede afrontarse con una fórmula única. Menos todavía con una fórmula tan simplona.
Jugar a cuatro, cinco o seis bandas no es una muestra de oportunismo. No cuando hay cuatro, cinco o seis bandas.
Me entusiasman más bien poco las reuniones de presidentes de comunidades autónomas que dice Zapatero que va a convocar. Barrunto que no saldrá de ellas nada de demasiado interés. Lo que discuto es el prejuicio: «No me interesa; es cosa de españoles».
Eso no es una tesis. Eso es una pose.
Entiendo que haya quien -nacionalista, internacionalista, o ambas cosas a la vez, que todo es posible- se lleve mal con «España», en tanto que destilado histórico. No es mi caso -considero que ese destilado tiene demasiados ingredientes como para adoptar un criterio único sobre él-, pero puedo entenderlo. Lo que ni puedo ni quiero entender es que, en nombre de Euskadi, se desprecie a los pueblos de España.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (29 de agosto de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 26 de junio de 2017.
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