Sabiendo que paso una parte de mi tiempo a orillas del Mediterráneo alicantino, algunos lectores, perplejos por los resultados de las elecciones municipales y autonómicas en esta parte del mundo, me preguntan, tomándome por el experto que no soy, cómo puede ser que los escándalos inmobiliarios, las irregularidades urbanísticas y el maltrato del medio natural demostrado por la clase política local no hayan provocado el castigo electoral que merecen.
Es un modo de abordar la cuestión que, por lo que veo, comparten bastantes medios y no pocos analistas políticos, que se muestran sorprendidos, cuando no abatidos, ante lo que perciben como una extraña y descorazonadora insensibilidad ciudadana.
Ya he dejado dicho que no soy especialista en la materia. Me limito a mirar el fragmento de la realidad que veo -que es limitado, por definición- y a reflexionar a partir de él.
Y, por lo que veo, me parece que hay un error de origen en la mayoría de esos comentarios. Establecen un foso entre la minoría responsable de los males denunciados y la ciudadanía en general, cuya tacha principal sería la falta de lucidez y la permisividad inconsciente.
En lo que un amplio sector de la población se refiere, ese foso no existe. Es muchísima la gente que vive gracias al actual estado de cosas. No son sólo las inmobiliarias ni las empresas de construcción. Ni siquiera la mano de obra que se sube al andamio, mucha de ella inmigrante. Son los abastecedores de material de construcción, los fontaneros, los electricistas, los carpinteros, los ferreteros, los herreros, los fabricantes de gres, los vendedores de sanitarios, los que instalan piscinas... y los que tienen restaurantes y bares por la zona, y los de los mini-markets...
Podría alargar la lista hasta llenar varias columnas. A buena parte de ese nutrido ejército de ciudadanos, la idea de que pudiera llegar una autoridad que dijera que ya está bien, que se acabó el desmadre, le pone los pelos de punta.
Téngase en cuenta, además, que una porción llamativa de ese trajín se realiza en condiciones de dudosa legalidad, cuando no de plena ilegalidad. Es muy probable que sean más las transacciones que se hacen sin declarar el IVA que las que lo hacen constar.
Supongo que no hará falta que diga que menudean los empleos que funcionan sin contrato de trabajo.
¿A quién podría interesar que salieran elegidos unos políticos que dieran prioridad al rigor urbanístico, a la preservación del medio y a las inspecciones fiscales y de trabajo? No, desde luego, a los beneficiarios del desorden imperante.
¿Son mayoría? ¡Desde luego que no! Incluso buena parte de quienes se ven atrapados en esa madeja de corrupción y corruptelas desearía librarse de ella. Pero los que la fomentan y disfrutan tienen peso suficiente como para inclinar la balanza electoral. Y lo hacen.
Javier Ortiz. El Mundo (4 de junio de 2007). Subido a "Desde Jamaica" el 25 de junio de 2018.
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