Tal parece que Barrionuevo se ha convertido en las niñas de los ojos de González: «Pepe» por aquí, «Pepe» por allá, «Precisamente estaba con Pepe», «Yo le pido a Pepe que tenga paciencia», «Estoy totalmente de acuerdo con Pepe cuando dice»... Y así sin parar. Nunca se le había visto tan melifluo, considerado y tierno con nadie. Es tal la efusión presidencial, que el propio «Pepe» no ha podido evitar un punto de guasa al referirse a ella: reconoce que es cierto que se ven bastante y que pasean a solas por el jardín de los bonsais, pero dice que entre ellos sólo hay una buena amistad.
¡Qué diferente González con Corcuera! Sobre el lío de éste sólo ha hecho un par de comentarios de pasada, y los dos despectivos: que es una historia que a él no le afecta, pero que, de todos modos, no le parece «normal» que usara fondos reservados para regalar joyas. En otras palabras: que se las apañe como pueda, y que le zurzan.
¿Cómo explicar esa diferencia abisal de consideración hacia el uno y el otro en el momento en que ambos se encuentran a un paso del banquillo de los acusados?
Hay diferentes hipótesis. Para algunos, se debe a que González está dispuesto a defender a los implicados en la «guerra sucia», pero no a los manguis de los fondos reservados. Objeción: los de la «guerra sucia» también metieron la mano en la caja a base de bien. O sea, que no es que unos se dedicaran a la cosa de matar, secuestrar y demás, mientras los otros robaban. Robar, robaban todos; sólo que algunos, además, también ordenaban matar.
¿Será entonces que González tiene una debilidad especial por «su Pepe»? Olvidemos tan absurda idea: el One sólo tiene debilidad por sí mismo. Está probadísimo.
¿A qué, entonces, su cerrada defensa del uno y su claro desdén por el otro? No hace ninguna falta especular para saberlo. Basta con escuchar al propio Barrionuevo: «Han decidido políticamente que haya un auto de fe... Yo ya sé que en esa hoguera tengo mi sitio... No va a mejorar en nada mi suerte el que haya más en la hoguera». Traducción: «Yo estoy pillado, jefe; pero tranqui, que me comeré solo el marrón. No te denunciaré».
Pero González no las tiene todas consigo. Porque «su Pepe» dice esto ahora, pero ¿y si cambia de opinión? Además, no se le escapa que, al expresarse así, «su Pepe», el muy cuco, está dando a entender que, si quisiera, podría buscarse compañía para la hoguera.
Por eso lo mima. Para que no cambie de idea.
¿Y a Corcuera, qué? ¿No hace falta mimarlo? Pues se ve que no. Se ve que no debe saber nada que pueda implicar directamente a González en la trama de los GAL. A fin de cuentas, él llegó sólo al humo de las velas. Ayudó a tapar lo ocurrido, pero ya había ocurrido.
Me describieron hace meses una escena: Corcuera, en el despacho de un alto cargo, daba cabezazos contra la pared y clamaba: «¡Pero qué gilipollas he sido!».
Aquel día fue el burro flautista redivivo: por una vez, acertó.
Javier Ortiz. El Mundo (28 de octubre de 1995). Subido a "Desde Jamaica" el 1 de noviembre de 2011.
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