Soy radicalmente antinacionalista. Entiendo que cada cual sienta apego a su propio pueblo, a su modo de ser, a sus costumbres, a su lengua (o al especial modo en que los suyos hablan la lengua que comparten con otros). Claro que entiendo ese sentimiento. Cómo no, si yo mismo lo aliento.
Pero me revuelve las tripas que ese cariño hacia lo propio se vuelva menosprecio hacia lo ajeno. Vasco de origen, me fascinan las culturas más diversas. No sólo la catalana -que sí, y mucho-, y la gallega -que también- sino igualmente la castellana. Muy especialmente la castellana, porque en su lengua pienso, trabajo, amo: vivo.
Poco a poco, a lo largo de mi existencia, he tenido la suerte de poder acercarme a otros pueblos, a otras culturas: la francesa, las latinoamericanas, las árabes, las anglosajonas, la italiana, la griega, la portuguesa... No he viajado gran cosa, pero he leído y, sobre todo, he escuchado mucho. Palabras y músicas. (La música es clave. La música no sabe mentir).
En todas, absolutamente en todas las culturas, he encontrado algo de especial, de envidiable. Y en todas también me he topado con su cara negativa: tradiciones decididamente desagradables, estupideces colectivas... Todas me han dado prueba sobrada de la gran verdad del dicho de Castilla: «Nadie es más que nadie». Ni para lo bueno ni para lo malo. Todas han alimentado por igual el amor y el recelo simultáneos que siento por el ser humano.
Muchos consideran que lo peor del nacionalismo es la capacidad que tiene para disgregar. Mi criterio es justamente el opuesto: para mí, lo más nocivo del nacionalismo es la capacidad que tiene para unir. Para que los pueblos cierren filas contra el enemigo exterior y no se manifiesten las contradicciones -políticas, económicas, sociales- que existen en su interior.
El nacionalismo vasco se centra en la defensa de los intereses nacionales -reales o supuestos- de los vascos. Pero conviene no perder de vista que el nacionalismo español -casi nunca identificado como tal- hace lo mismo: apela sistemáticamente a los intereses «de todos los españoles». Izando la bandera de la unidad nacional -frente a los nacionalistas vascos y catalanes, frente a los intereses de otros países, frente al auge de otras lenguas, etc.- ahoga la expresión de las muchas y graves desuniones sociales que alberga la realidad española. De esa suerte, quien se opone a su concepción de España no queda catalogado como opositor, sino como mal español. Si es que no como antiespañol.
O, más directamente, como canalla.
Javier Ortiz. El Mundo (13 de febrero de 1999). Subido a "Desde Jamaica" el 17 de febrero de 2012.
Comentarios
Un saludo
Escrito por: juan.2012/02/17 19:30:2.893000 GMT+1
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