Ya andan otra vez a la greña, discutiendo sobre si hay que hablar o no con HB, con ETA y con el sursum corda. Tanto más tras lo de ayer en Vitoria.
Juan José Ibarretxe, que va para lehendakari, asegura que «si no se habla, no se arregla». Pongamos que tiene razón. ¿Y qué? Que algo no se aclare sin hablar no quiere decir que vaya a solucionarse hablando.
Tengo demostrada más que de sobra mi predisposición al diálogo. De hecho, soy un auténtico maníaco de la palabra. En cuanto me topo con un problema, del género que sea, me concierna directamente o no, me lanzo a hablar -o a escribir, tanto da- sobre él, ponderando las razones de una y otra parte, viendo qué posibilidades de concordia hay, buscando un arreglo. Me pirria.
Pero la amarga experiencia me ha demostrado que no todos los conflictos tienen solución dialogada. Unas veces porque no la tienen de ningún modo, y otras porque no la tienen de momento. En tales casos, las apelaciones al diálogo sólo sirven -si es que sirven- como muestra de buena voluntad. Pero ya se sabe que, como decía Randy Travis, de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno.
En el caso del conflicto vasco, ¿para qué podría servir el diálogo, en las actuales condiciones? Me temo que para nada. O peor aún: para enfangarlo todo todavía más. Las posiciones de unos y otros están demasiado lejos, y los sentimientos demasiado vivos. No es cosa de quemar del todo la vía del diálogo sometiéndola a nuevos intentos fallidos.
Qué desastre. Acabo de escuchar a un comentarista, por lo común bastante sensato, defender que se dé a ETA un plazo para que se ponga razonable. Dice que, si una vez cumplida la fecha no lo ha hecho, entonces habría que lanzarse a por ella a fondo. Atribuye la idea a Rodríguez Ibarra. Tengan los dos por seguro que, si cupiera lanzarse a por ETA más a fondo, ya se estaría haciendo, sin plazos de por medio. A no ser que cuando hablan de lanzarse a fondo estén pensando en lo que prefiero no imaginar.
Dialogar es una gran cosa, pero a condición de que se tenga algo que proponer. Algo medianamente negociable, quiero decir. Mientras ETA y sus mentores políticos no estén en disposición de bajar de la higuera, así sea unas cuantas ramas, me temo que nadie tiene gran cosa de la que hablar con ellos. A esa distancia sólo cabe hacerse oír a voces.
A veces, cuando un conflicto está extraordinariamente enconado, cuando el odio ocupa el espacio que precisa la razón para desenvolverse, que los contendientes se pongan a hablar cara a cara no soluciona nada. Todo lo contrario. Así las cosas, lo mejor es que se tomen un tiempo prudencial antes de hablar. Para serenarse, para reflexionar, para evaluar los pros y los contras.
Es lo que en las peleas personales suele llamarse contar hasta 10. Y lo que en la guerra y en la política se llama tregua. Lo primero que aquí hace falta es una tregua.
Javier Ortiz. El Mundo (9 de mayo de 1998). Subido a "Desde Jamaica" el 24 de abril de 2013.
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