Gran cabreo capitalino con el obispo de San Sebastián, Juan María Uriarte, porque ha dado a conocer un escrito -«pastoral», en la jerga eclesiástica- en el que dice que el documento aprobado el pasado 22 por la Conferencia Episcopal Española (CEE) «no es moralmente vinculante» para los católicos.
No entiendo por qué se enfadan con él. Quiero decir: sí lo entiendo, pero no tienen razón, y ellos lo saben. Que el documento no es vinculante roza lo evidente. Para que lo fuera, según las normas orgánicas del catolicismo, debería haber recibido el refrendo del Vaticano. Y no lo ha tenido ni lo tendrá, porque Roma no puede convertir en doctrina unas posiciones que, para empezar, ni siquiera los propios obispos españoles han aprobado por unanimidad.
Se refieren al documento del 22 de noviembre como «el escrito de los obispos contra el terrorismo». Son tan tramposos que acaban provocando la risa. Si se tratara de un pronunciamiento contra el terrorismo, no sólo habrían podido firmarlo sin necesidad siquiera de sentarse a la mesa, sino que el personal se habría preguntado para qué se juntaban: todos y cada uno de los reunidos habían condenado ya decenas de veces el terrorismo antes de ese día. La particularidad del escrito de marras estaba -y sigue estando- en que trata de asociar la práctica del terrorismo con las convicciones nacionalistas y en que, ya metido en terrenales ciénagas, se pronuncia contra el derecho de autodeterminación. ¿A cuento de qué? ¿Desde cuándo el catolicismo ha estado en contra de tales planteamientos políticos? ¿Lo estuvo en Polonia, lo está en Irlanda?
Uriarte ha sido muy benévolo. Timorato, más bien. Debería haber aclarado que los católicos, diga lo que diga la Conferencia Episcopal Española, no están moralmente obligados a rendir pleitesía al PP. Aunque Rouco lo haga, para que el Gobierno siga llenando el cazo de su Conferencia.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (1 de diciembre de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 29 de diciembre de 2017.
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