Oí hace meses al irlandés Gerry Adams hacer una reflexión con aire de perogrullada, pero en realidad nada tonta: «Para que dos rivales se entiendan», dijo, «lo primero que se requiere es que quieran entenderse».
Un largo trabajo en el que llevo metido desde hace algunos meses, y que ahora no hace al caso, me ha llevado a entrevistar a muchos dirigentes de la política vasca. De muy distinto signo: nacionalistas y no nacionalistas; de derecha, de centro, de izquierda, de izquierda radical...
Mi conclusión, después de todo este tiempo, es que realmente son muy pocos los que quieren establecer unas mínimas bases de convivencia con sus rivales. O, mejor dicho: los que están dispuestos a aportar algo para que quepa establecerlas. El enfrentamiento parece ser el gran deporte nacional (o autonómico, como quieran ustedes: no tengo ganas de discutir).
Si lo primero que hace falta para que dos rivales se entiendan es que deseen hacerlo, lo segundo es que cada uno de ellos haga un esfuerzo por ponerse en el lugar del otro y entender sus dificultades, para facilitarle las cosas. En la política vasca, lo que más se lleva es exactamente lo contrario: la gracia está en enconarlo todo, y cuanto más, mejor.
El Gobierno central, plenamente solidario con el PP vasco, participa de ese deporte con singular entusiasmo. Lo acabamos de ver con el conflicto sobre la renovación del Concierto Económico. Es absurdo que Aznar presente como una pretensión soberanista la demanda del Ejecutivo de Vitoria de participar en determinadas negociaciones de la UE. Primero, porque lo que el Gobierno vasco pide es que se le permita acudir a Bruselas no por su cuenta, sino dentro de las delegaciones del Estado español. Y, en segundo término, porque lo solicitado por la parte vasca es algo que otros gobiernos europeos (especialmente el alemán) vienen haciendo desde hace tiempo. Por mero espíritu práctico. ¿No sería conveniente que, si la UE debatiera sobre la política de cítricos, la delegación española incluyera algún representante de la Comunidad Valenciana?
Pero, si eso es absurdo, más absurdo todavía es que el Gobierno de Aznar haya decidido unilateralmente prorrogar el Concierto. La esencia misma del Concierto (hasta la propia palabra lo dice) es el pacto. Prorrogar por la fuerza un pacto equivale a romperlo.
Todo esto carecería por entero de sentido si lo que estuviera en cuestión fuera pura y exclusivamente el Concierto Económico. Pero no: hay que entenderlo como otro capítulo más de la eterna lista de desencuentros buscados por quienes han convertido la crispación de la política vasca en su particularísimo modus vivendi.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social y El Mundo (1 de diciembre de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 5 de diciembre de 2010.
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