González tiene claro el porqué de los 122 votos contra el suplicatorio de Barrionuevo: «Ha sido una votación en conciencia, y se puede explicar por eso», dijo ante los periodistas cuando concluyó la cosa.
A mí no me parece que el asunto sea tan simple. No basta con apelar a la conciencia. Los 122 votaron en conciencia, vale, pero ¿en qué conciencia? La conciencia dista de ser algo unívoco.
Se habla a veces de «conciencia» como conocimiento reflexivo de las cosas. Otras, se utiliza el término por su lado ético. El lenguaje nos muestra todos esos matices: puede decirse, por ejemplo, que ciertos policías interrogan a los detenidos a conciencia, pero es posible que hacerlo no les cause ningún cargo de conciencia. Y, por el otro lado: también cabe que alguien obre mal sin conciencia de ello, en cuyo caso, la ausencia de conciencia es, desde el ángulo moral, un atenuante. En suma, que hay conciencias para muy diferentes funciones.
Así, de entrada, la conciencia de la que dieron prueba los 122 del «no» puede producir su tanto de pavor: que, para una vez que a los diputados socialistas les dejan votar lo que les dé la gana, les dé la gana votar a favor de una trama de terrorismo de Estado, tiene sus bemoles. Pero cabe también que ni siquiera se hayan planteado el problema en esos términos. Puede ser que hayan aplicado su conciencia -su consciencia- a examinar en qué situación se hallan. Y tal vez eso les llevara a la conclusión de que es muy peligroso para ellos, como partido, que la investigación del Tribunal Supremo siga adelante (o, mejor dicho, hacia arriba). De lo que deducirían en conciencia -o sea, conscientemente- que debían votar «no». Que lo contrario sería una inconsciencia.
Por supuesto que algunos de los que apoyaron el «sí» pudieron hacerlo también en conciencia, es decir, tras un cálculo consciente. Quizá pensaron que: a) el «sí» iba a triunfar de todos modos; b) no convenía que hubiera muchos «noes», porque quedaría feo; y c) tampoco era mala idea echar a Barrionuevo a los leones, a ver si así se les pasaba el apetito por un cierto tiempo.
Se trata -ya me hago cargo- de cálculos bastante retorcidos, de ésos que se habrán hecho González y los pocos más que se encargan de pensar. Otros diputados, más probablemente, habrán votado «en conciencia» echando mano de algo que les suena de cuando, a la altura del XXVIII Congreso del PSOE, leyeron un poco sobre marxismo para enterarse de qué narices era eso a lo que iban a renunciar. Entonces se enteraron de que Karl Marx hablaba de la conciencia de clase. Y lo mismo se dijeron: «Barrionuevo es de nuestra misma clase. Si he de votar en conciencia, lo haré con conciencia de clase».
Que tampoco resulta un mal modo de afrontar el problema, si bien se mira. Porque es cierto que la mayoría de ellos -no todos, por fortuna- son gente de la misma clase.
Javier Ortiz. El Mundo (25 de noviembre de 1995). Subido a "Desde Jamaica" el 5 de diciembre de 2012.
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