La singularidad del balompié reside en que, como su nombre indica de modo relativamente impreciso, se practica con un balón que los jugadores de campo han de desplazar sin servirse de sus brazos y manos. Permítanme que, en atención a los días que corren, haga algunas reflexiones sugeridas por esa particularidad.
Los deportes que se practican con las extremidades superiores -sea directamente, sea blandiendo algún género de artilugio- se benefician de la excelente disposición de las manos para obedecer con exactitud las órdenes del cerebro humano. La aptitud del pulgar para oponerse al resto de los dedos y la enorme variedad de posibilidades que ofrece la capacidad de flexión de los dedos hacen de la mano un útil de alta precisión.
Los pies no poseen ni de lejos esa idoneidad. Sus dedos atrapan poco y mal y, cuando están enfudados en botas, nada de nada. El pie golpea de modo mucho más inexacto que la mano, aunque pueda hacerlo con mucha más fuerza.
No olvido que las reglas del balompié permiten el uso de otras partes del cuerpo, como la cabeza. Pero la cabeza, que de fuera para adentro ofrece capacidades fantásticas, no tiende a ser muy precisa cuando se usa para dar golpetazos.
El efecto combinado de la imprecisión y la fuerza de las piernas hace que el balompié sea, de entre todos los deportes de habilidad, aquel en el que más fácilmente cabe errar. De lo que se deduce -deduzco yo, al menos- que el fútbol es el deporte en el que el azar tiene una mayor influencia. Y en el que, por ende, el albur -sea como fortuna, sea como fatalidad- puede cumplir un papel más decisivo.
Un equipo puede contar con jugadores más habilidosos y preparados, puede estar más conjuntado y encontrarse en mejor forma física que su oponente: eso le da más probabilidades de victoria. Pero luego va el balón y hace de las suyas. Tropieza en una irregularidad del terreno, resbala en la hierba mojada, coge un efecto extraño, pega en el culo de un defensor -sucede, por mucho que eso pueda contrariar a don Camilo José Cela-, pasa por el espacio justo que hay entre la cintura de un defensa y el poste... y gol. O al revés, y no entra ni de coña. Así es la cosa.
El fútbol es una curiosa combinación de deporte y ruleta. A menudo el resultado refleja la superioridad deportiva, pero a veces predomina la ruleta. Sin embargo, la mayoría de los entendidos se empeña en hablar de los partidos de fútbol como si fueran fruto de la aplicación de una ciencia exacta.
Si el pasado sábado Zubizarreta hubiera parado aquel famoso balón, como haría en 999 de 1.000 veces iguales, y si Raúl o Alfonso hubieran acertado en alguna de las tropecientas ocasiones que marraron, hoy todos los comentaristas estarían diciendo que Javier Clemente es San Dios. Pero, como no fue así, lo ponen a caldo.
Desdeñar la importancia del azar en el fútbol es no entender lo mucho que tiene de puro juego.
Javier Ortiz. El Mundo (17 de junio de 1998). Subido a "Desde Jamaica" el 20 de junio de 2012.
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