Dice Aznar que la polémica sobre el homenaje a la bandera bicolor que se ha inventado para los miércoles finales de mes demuestra que en España hay gente «acomplejada».
Esto de los complejos -cosa freudiana- remite a la infancia.
Y a la infancia me voy a referir. A la mía, en concreto.
Desde muy niño, la bandera roja y gualda simbolizó para mí la asfixiante opresión del régimen de Franco. Me contaron mis hermanos mayores que, antes de la llegada del dictador, el Estado español tenía otra bandera que los republicanos habían hecho suya para mostrar su rechazo por la enseña bicolor, que identificaban con otra opresión anterior: la monárquica. Eso me contaron, y nada de lo que pude ver -y vivir- a continuación me hizo cambiar de criterio. En efecto, todo lo que se me aparecía con esa bandera por delante -con la grata excepción de los estancos- era signo de imposición, violencia y represión.
Considerada esa experiencia, tal vez pueda entenderse que no me hiciera nada feliz que, una vez reinstaurado el régimen parlamentario, el Estado español decidiera mantener la misma bandera impuesta por Franco, por mucho que le cambiaran el escudo.
Con el paso del tiempo, me pasa con esa bandera como con la Monarquía. No creo que constituya una prioridad cambiarlas -más que nada porque no hay demasiado ambiente-, pero nadie puede pedirme que las aprecie. Estoy en mi perfecto derecho de verlas no ya sin amor, sino incluso con muy viva antipatía. ¿Con complejos? No sé. Con traumas, desde luego.
Doy por hecho que Aznar no entiende nada de eso. Tampoco tuvo una infancia como la mía. En la suya seguro que no hubo lugar para los complejos. Sólo para los simples.
Fíjense ustedes, de todos modos, en que he desarrollado mi argumentación sin referirme ni una sola vez a Euskadi.
Lo haré ahora.
La pasada semana, el director del Instituto Cervantes, Jon Juaristi, afirmó que la ikurriña es «un símbolo de ETA». Por la brava. Sin cortarse un pelo.
Yo no soy muy dado a las querellas criminales -tengo otras ocupaciones-, pero recomendaría a las autoridades vascas que se ojearan el Código Penal, se leyeran el artículo 543, en el que se habla de los ultrajes y ofensas a los símbolos del Estado y de las comunidades autónomas, comprobaran que lo dicho por Juaristi está incurso en el delito que en él se tipifica e interpusieran la acción legal correspondiente.
Tampoco estaría de más que simultáneamente los diputados vascos exigieran del Gobierno central la destitución de ese señor tan desagradable.
En la línea de exigir respeto a los símbolos.
En plan moderno. Sin complejos.
Javier Ortiz. El Mundo (5 de octubre de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 1 de abril de 2018.
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