Ayer fue un día propicio al hartazgo. Al político, claro -todo el tiempo colgado al teléfono a costa de Batasuna: Radio Euskadi, Radio Inter Economía, L'Express...-. Pero no sólo: propicio a un buen puñado de hartazgos diferentes.
Al hartazgo de servicios técnicos, por ejemplo. Por la mañana tuve en casa a dos mendas que se ensañaron con un aparato, calentador de agua y calefactor a la vez, que había decidido por su cuenta dejar de funcionar. Cuando se fueron, casi a la hora de comer, me dejaron el calentador en correcto funcionamiento (ideal para fregar la cocina, francamente sucia después de sus andanzas) y con la calefacción disponible (perfecta para calentar mi cartera, que quedó tiritando, tras pagar su factura).
Por la tarde fue el turno de Canal Satélite Digital. Aquí hay que hablar de sesión continua. Ya habían estado la víspera para reorientar la parabólica. Se ve que el satélite se ha movido, o yo qué sé. Habían prometido que vendrían a las diez de la mañana, pero aparecieron a la una de la tarde. Acabada la reorientación de marras, según resintonizaban el aparato, dijeron que el terminal estaba muy baqueteado y que convenía cambiarlo; que pasara por un almacén que tienen cerca de mi casa y que me darían gratis otro. Así que ayer me acerqué a hacer el cambio, me dieron el terminal nuevo, lo instalé... y ahora ya no veo nada. Con lo que tendré que volver mañana a que me lo re-recambien.
Tiempo y más tiempo.
Se pierde el tiempo sin parar. Se pierde porque las reparaciones son largas, y lo son las gestiones («En este momento todas nuestras líneas están ocupadas... Espere, por favor, y le atenderemos en breves instantes...», y así una y otra vez) pero, sobre todo, se pierde porque no hay modo de que nada se realice a una hora prefijada. Inútil tratar de establecer una cita concreta. Como mucho, te aportan una hora indicativa («Entre 10 y 12 y media», me dijeron los del gas).
Yo les entiendo. Yo lo entiendo ya casi todo, para estas alturas. Me hago cargo de que, cuando entran en una casa para hacer una reparación, no saben cuánto tardarán en acabarla, y que la media hora prevista puede convertirse en hora y media. Pero para eso están los teléfonos: se llama al siguiente cliente y se le avisa del retraso, por si quiere hacer entretanto algún recado o por si prefiere trasladar la cita a otro día.
Tengo ahora pendiente, que recuerde, otra reparación más de las que requieren servicio técnico oficial. Tiemblo de pensarlo. ¿Cuántas veces tendré que llamar hasta que me atiendan? ¿Para cuándo me darán cita? ¿Qué me costará la broma, en tiempo y en dinero?
Pero mi duda principal no es ésa. Ni siquiera se refiere específicamente a mí. Es más general. Me planteo: ¿cómo se las arreglan las personas que viven solas -o de dos en dos, me da igual, si trabajan ambas- cuando no tienen más vuelta de hoja que meterse en un trajín de servicios técnicos del estilo del mío, o mayor, que los hay, y muchos? Yo me apaño mal que bien, porque mis relaciones laborales son con gente razonable, pero ¿y el personal que ficha y no puede abandonar su puesto de trabajo si no es por fuerza muy mayor? ¿Con qué cara le dice al jefe que, lo mismito que faltó anteayer y ayer, va a fallar también mañana? Insisto: ¿cómo se las arregla?
Es una pregunta retórica. Ya me sé la respuesta: se las arregla muy mal.
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Nota de régimen interno.- Ayer, imagino que por razones de rabiosa actualidad política, esta página registró el número más elevado de visitas que haya tenido nunca desde su creación, en julio de 2000. Fueron exactamente 802 las visitas que contabilizó Nedstat a lo largo del día. También recibí mucho correo electrónico, casi todo él motivado por la columna que apareció publicada por la mañana en El Mundo.(Como siempre, división de opiniones. La única carta que me molestó fue la de un tipo que decía que soy «un soso». ¡Habrase visto! ¡Lo que hay que aguantar!). Dicho lo cual, reitero mis disculpas por lo poco, mal y tarde que estoy respondiendo a los emilios que me llegan, pero mis días se componen de 24 horas, y buena parte de ellas se me van en historias como las relatadas supra. Hago lo que puedo.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (29 de agosto de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 14 de enero de 2018.
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