El mundo de la astronomía es fantástico y misterioso, pero la industria que lo sustenta es tan pedestre como las dedicadas a producir cualquier otra mercancía. Como las dedicadas a producir cualquier otra mercancía carísima, en concreto. Un lector me relata los pormenores por los que pasó la construcción del famoso Hubble, una de cuyas piezas esenciales fue adjudicada a una empresa, Perkin-Elmer, que había presentado un proyecto bastante menos fiable que el aportado por Kodak, pero que se había encargado de untar a diversos miembros de la Administración estadounidense (y, ya de paso, de falsificar los test con los que respaldaba su oferta).
La industria aeroespacial norteamericana está íntimamente ligada al llamado complejo militar-industrial. Éste viene presionando desde hace años en favor de la progresiva privatización de los programas de la NASA, objetivo que Bush ha respaldado con todo su entusiasmo. Entre otras cosas, porque la aplicación de los criterios de «racionalización de los costes» propios de la industria privada de los EUA le ha permitido acortar más y más la asignación de fondos públicos. Reducir los controles sistemáticos, aminorar las largas y costosas precauciones y rebajar la excelencia de los materiales utilizados abarata mucho los costes, sin duda. Pero implica un mayor nivel de riesgos.
El trasbordador espacial Columbia se desintegró a 62 kilómetros de altura, pero es harto probable que los factores que lo condujeron al desastre no sean demasiado diferentes, en último término, de los que condujeron al Prestige a 3.000 metros bajo el nivel del mar. O de los que hacen que cada vez se produzcan más accidentes de trenes. Se encomiendan tareas con repercusiones de alto riesgo -privatizándolas o subcontratándolas- a empresas cuyo objetivo prioritario no es la seguridad de las personas sino la maximización de los beneficios y luego... pues pasa lo que pasa.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (3 de febrero de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 22 de febrero de 2017.
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