Hablaban en mi pueblo de una chavala que era antipática-antipática. O sea, como el café-café, pero en antipática. Contaban que si alguien se la cruzaba por la calle y la saludaba: «¿Qué hay, tú?», ella respondía secamente: «¡Pues mira que tú!».
Rajoy y sus corifeos están en ese plan con Rodríguez Zapatero. Da igual lo que diga el presidente del Gobierno; ellos se lo toman invariablemente como una prueba de su perversidad intrínseca, de su deseo de apuñalar la Constitución y de lograr que fenezca la esencia de España en medio de horribles estertores.
Hace unos días el jefe del Ejecutivo dijo que convendría cambiar el texto de la Constitución para que su artículo 49 no hable de «disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos», sino de «discapacitados», que es el término que las organizaciones de las personas aludidas han considerado menos hiriente. En cuanto lo oí, anuncié a mis próximos: «¡La ha vuelto a hacer buena! ¿Qué os apostáis a que, en cosa de nada, le salen diciendo que quiere romper el consenso constitucional del que con tanto esfuerzo nos dotamos los españoles en 1978 (lo del "nos dotamos" es clave), y que si la Constitución habla de "disminuidos" es que los disminuidos son una nación única e indisoluble, perdón, unos disminuidos únicos e indisolubles, y no hay más vueltas que darle, porque de ello son garantes las Fuerzas Armadas?»
Más de uno me lo tomó como una boutade, pero quiá. Acerté. Ya le han vuelto a poner de vuelta y media. Le han respondido que eso que pretende es un error gravísimo, y que los disminuidos son unos disminuidos como la copa de un pino porque así lo dice la Purísima Constitución, y que sus organizaciones se equivocan, como es lógico tratándose de disminuidos.
En resumen: lo importante es mantenerse siempre erre que erre en el error, no vaya a ser que se rectifique algo y alguien pueda beneficiarse del cambio.
A su modo, ETA está en las mismas. Si sus dirigentes hicieran un ejercicio mínimo de raciocinio, se darían cuenta de que nada le viene peor en estos momentos a la causa nacionalista vasca que encrespar los ánimos de la población española corriente y moliente, porque para lo único que puede servir eso es para dificultar aún más los eventuales movimientos apaciguadores del Gobierno de Zapatero. Pues, nada: sus y a ellos, que son pocos. Cinco bombitas para hacer puñetas el puente vacacional de los madrileños de origen o adopción, a los que nadie puede calificar de ciudadanos de pie porque van en coche, los muy oligarcas. Y de remate, lanzagranadas en el aeropuerto de Santander, no vaya a ser que los vizcaínos que se han instalado en Castro acaben siendo bien vistos.
Lo importante, en todo caso, es no facilitar las cosas nunca a nadie. Correríamos el peligro de acabar coexistiendo en paz, y eso, qué duda cabe, sería un aburrimiento.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (7 de diciembre de 2005) y El Mundo (8 de diciembre de 2005). Hemos publicado aquí la versión del periódico. Subido a "Desde Jamaica" el 14 de noviembre de 2017.
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