Dice el presidente de Estados Unidos, William Jefferson Clinton -Bill para los amigos, o sea, William Jefferson para mí-, que sería absurdo que alguien pensara que ha ordenado el bombardeo de Irak para desviar la atención y retardar el procedimiento de su destitución. «No sería serio», añade.
De todos los argumentos de los que podía haber echado mano don William, me da que ése es el menos convincente. La falta de seriedad de la hipótesis es precisamente lo que le confiere más credibilidad. Porque, si por algo se caracteriza el señor Clinton, es por no ser serio. Lo increíble, a decir verdad, es que hubiera hecho esta vez algo serio. Ya para empezar: un jefe de Estado que no utiliza oficialmente su nombre de pila, sino un apodo, no es serio. Imagínense ustedes que el monarca español firmara Juanito. (Obsérvese qué dos jefes supremos tiene este ataque sobre Irak: Bill y Tony. En fin...).
Pero lo del nombre es filfa: sólo un botón de muestra de su estilo. Es evidente que ese hombre no se toma en serio su responsabilidad. Un presidente que comprendiera la trascendencia de su función y sintiera un cierto respeto, no ya por su país -eso sería pedirle tal vez demasiado- sino al menos por sí mismo, se habría negado tajantemente a colaborar en la patochada del procedimiento al que le vienen sometiendo desde hace la intemerata. A alguien que por no desprenderse del cargo se aviene a perder hasta ese punto la dignidad, a un hombre que revela tan clamorosa ausencia de sentido de la medida -y del ridículo-, hay que tomarlo por fuerza como capaz de cualquier disparate. Es un verdadero peligro.
Dice: «Había que demostrar a Sadam que no cabe desobedecer las resoluciones de las Naciones Unidas». En primer lugar, eso es falso, porque sí cabe. Israel lo hace. Lo hace Hasán. El propio Clinton se toma la ONU por el pito del sereno. Pero, al margen de eso, ¿qué pretende afirmar? ¿Que el ataque es una operación de mera represalia, de castigo? Cabría. Pero es que a continuación se larga el rollo sobre lo necesario que es acabar con el Gobierno de Sadam. ¿Se trata entonces de un plan para derrocar el régimen del dictador iraquí? ¿Y cree que va a lograrlo con bombardeos? ¿Desde cuándo se ganan guerras desde el aire?
Si don William Jefferson no acierta a precisar qué objetivos persigue en Irak, es porque sus verdaderos objetivos no están en Irak. Tocado del ala, ridiculizado, quiere darse ínfulas y presentarse como hombre de gran autoridad. Y autoridad tiene. Pero seriedad, sólo la que le confiere su capacidad para matar y destruir, que son cosas, en efecto, muy serias.
Javier Ortiz. El Mundo (19 de diciembre de 1998). Subido a "Desde Jamaica" el 23 de diciembre de 2011.
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