Todo el mundo está de acuerdo a la hora de señalar que la sociedad italiana está dividida en dos mitades. ¿Sería ése el tópico más recurrente en el caso de que Berlusconi hubiera revalidado su mandato? ¿Era menos problemática la división social italiana antes de estas elecciones, cuando el magnate-mangante hacía y deshacía a voluntad?
Por lo que hay que preguntarse en estos momentos es por el índice de inteligencia de Berlusconi. Tratando de asegurarse la reelección, impuso una reforma electoral que ha sido decisiva en su derrota. Clama al cielo el empeño que puso en facilitar el voto de la emigración. No se dio cuenta de que, cuanto más alejados de su apabullante dominio mediático estuvieran los electores, más probable resultaba que respaldaran a la oposición.
De no haber sorpresas con el nuevo recuento de los votos, allá por mayo Italia tendrá nuevo Gobierno, con Prodi al frente. Y el panorama general habrá experimentado una mejoría notable. Se verá beneficiado el escenario internacional, en primer lugar, al desaparecer del proscenio este aliado natural de Bush. Sean cuales sean las inclinaciones de Prodi en materia de política exterior, habrá de cambiar el rumbo marcado por Berlusconi, no sólo para ser fiel a sus promesas electorales, sino también -y sobre todo- para mantener el orden en la muy variopinta coalición que lo ha aupado al poder. Y a escala interior, el vuelco político será un valioso factor de oxigenación. El monopolismo del capital privado dejará de abarcar al poder público.
Se insiste mucho -y es razonable- en las dificultades que encontrará Prodi para mantener unidas a las muchas y muy diversas facciones que se han juntado para derrotar a Berlusconi. Entiendo los inconvenientes que tiene su situación, pero también le veo ventajas. Para empezar, no creo que su posición sea tan frágil: al menos durante un cierto tiempo, no es probable que ninguno de los integrantes de la Unión se atreva a poner en peligro el tinglado común. Quien facilitara el regreso de Berlusconi firmaría su sentencia de muerte política.
Y tampoco entiendo por qué los gobiernos débiles tienen tan mala prensa. Son más inquietantes los gobiernos fuertes, apoyados en mayorías monolíticas, proclives a adoptar políticas traumáticas. Los gobernantes que se encuentran en una posición débil se ven en la constante obligación de negociar, de otear los estados de ánimo de la población, de considerar las reclamaciones de las minorías... Eso reduce bastante los riesgos de desastre. Los gobiernos débiles no suelen hacer cosas grandiosas, pero los fuertes casi siempre tienden a lo grande por la vía negativa.
Para mí, y para muchos más, lo importante no es que haya vencido Prodi. Es que ha perdido Berlusconi. Nos da por pensar que poco a poco -muy poco a poco-, el mundo va teniendo mejor pinta.
Javier Ortiz. El Mundo (13 de abril de 2006). Hay también un apunte con el mismo título: Ciao, Berlusconi, ciao.
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