Se toma unos días de asueto en Perpiñán, concede, por pura cortesía, una entrevista a un pequeño diario local, formula cuatro observaciones deshilvanadas sobre nacionalismos y lenguas... y la arma.
Se queja amargamente CiU de lo que Jean Pierre Chevènement dijo sobre cuestiones catalanas. Según leo, se refirió al «peligro de debilitamiento del Estado central que existe en España». No veo qué hay en ello de aberrante: es obvio que la descentralización implica el debilitamiento de las estructuras centrales del Estado. Que eso se tome como grave peligro o como feliz circunstancia depende de la opción ideológica de cada cual. Allá Chevènement con la suya.
Para subrayar los inconvenientes de la descentralización, el ministro francés se refirió a los problemas que hubo a la hora de luchar contra el último gran incendio que sufrió Cataluña: un mando único habría aportado mucha más eficacia, cree él. A no ser que el mando único en cuestión fuera un desastre, podríamos responderle nosotros.
Su razonamiento, desde luego, no habla demasiado en favor de sus luces intelectuales. Por las mismas, podría sostener que si en Estados Unidos no hubiera federalismo, se podría luchar mejor contra ciertas formas de delincuencia. O que si Francia y España constituyeran un único Estado nos ahorarríamos los eternos conflictos agrícolas. Es un error -o, por expresarlo con franqueza, una bobada- juzgar todo un sistema de organización territorial a partir de algunos supuestos aislados de eficacia funcional.
Sigue Chevènement divagando y se topa con la lengua catalana. Por desgracia, en materia de lenguas el hombre tampoco es un prodigio de sutileza: afirma que, mejor que estudiar catalán, los franceses del Rosellón deberían aprender inglés, «que es un idioma que progresa en todo el mundo, como el español». Con lo cual da por hecho: a) que los habitantes del Rosellón solo pueden estudiar una lengua; y b) que la practicidad más plana es el único criterio que debe mover al estudio de los idiomas. El ministro francés debe de ser uno de esos genios que han acabado con la enseñanza general del latín y el griego clásico. No se enteran de que cada idioma encierra un código de acercamiento a la realidad, y que cada uno de esos códigos representa un tesoro para la Humanidad.
Dicho lo cual, me parece otro disparate juzgar a Chevènement al margen de su procedencia. En 1789 Francia supo poner en marcha un atractivo proyecto nacional unitario, que no ha dejado apenas espacio social a los nacionalismos menores. La izquierda francesa, desde el lío entre la Montaña y la Gironda, ha hecho bandera del centralismo. No tiene nada de sorprendente que Chevènement patine por esa senda. Montar una bronca por semejante trivialidad -¡hasta ha habido quien le ha llamado «genocida»!- es indicativo de la miseria política e intelectual en que dormita buena parte del nacionalismo catalán.
Ladran, luego no cabalgan.
Javier Ortiz. El Mundo (26 de agosto de 1998). Subido a "Desde Jamaica" el 31 de agosto de 2011.
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