Recuerdo -a ojo: mi memoria no es buena- los versos de Angel González: «Que las mentiras se convierten con el tiempo / en materia de fe, / y de esta forma / quien ose discutirnos/ debe afrontar la acusación de impío».
Se está conmemorando este año el centenario del nacimiento de Gerardo Diego. Todo son loas a su figura. Qué gran hombre. Nadie tiene el mal gusto de decir -nadie lo tenía: voy a remediarlo- que el poeta cántabro fue un exaltado apologista del fascismo.
El 3 de noviembre de 1941, el diario ABC publicó un poema de Diego titulado Romance heroico de la División Azul. Lo tengo ante mí. Son cuarenta y dos endecasílabos con derecho a hiato, rezumantes de retórica joseantoniana, escritos en loor y gloria de la causa nazi. ¿Le descalifica eso como poeta? No. Nos informa de él como individuo. Como «teórico ser civil y humano», por seguir con Angel González. Pero la gente bien española, cuando decide honrar a un personaje, no soporta que nadie indague en su lado negro y le ponga peros.
Serafines y demonios. El rey, seráfico. Anguita, demonio. El rey, «motor del cambio». Lo han vuelto a cantar: por algunos no pasan los años. Confiaba en que ya, para estas alturas, la gente con dos dedos de frente hubiera comprendido que el franquismo no se hundió porque el rey y Adolfo Suárez tuvieran una ocurrencia felicísima, sino porque en la Europa de fines de los 70, regida por la CEE, no había ya sitio para una dictadura. La España franquista no tenía encaje ni en la CEE ni en ningún otro foro internacional. Lo sabían los financieros. Lo sabían los empresarios. Lo sabía -y muy bien- el Departamento de Estado norteamericano. Lo sabía la Iglesia de Roma. Por saberlo, lo sabían incluso muchos militares y políticos del propio régimen franquista. Por eso lo sabían también el rey, Suárez y tantos otros de su origen político. En el parto del parlamentarismo, ellos hicieron de ginecólogos. No es suficiente para que se les asigne la paternidad del niño.
Lo que ocurrió fue, en realidad, lo que no podía dejar de ocurrir. El Estado español se «homologó» con «los países de nuestro entorno» porque no cabía otra cosa. En esa operación, al rey, a Suárez y a sus colaboradores sólo les es atribuible el cómo y el cuándo.
Por lo demás, es discutible que acertaran. Habría que dilucidar en qué medida tan ilustres doctores y quienes les auxiliaron haciendo de anestesistas (el PSOE y el PCE) no son solidariamente responsables de las malformaciones que presenta la criatura, ya cercana a la veintena.
Disiento del fervor de Anguita por las promesas constituyentes. Y su hallazgo republicano me parece un error táctico. Pero no por ello el escándalo que le han montado me resulta menos hipócrita.
Le acusan de impío y le insultan porque ha osado discutir una vieja mentira: el cuento de hadas de la «ejemplar transición». ¿Les asusta que Cenicienta aspire a ser reina? No teman. En España, Cenicienta es la Bella Durmiente del Bosque.
Javier Ortiz. El Mundo (18 de septiembre de 1996). Subido a "Desde Jamaica" el 17 de septiembre de 2010.
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