Estos días ha habido una fuerte polémica -no por soterrada menos agria- entre quienes hemos reclamado que se depuren las responsabilidades derivadas de la catástrofe de Biescas y aquéllos que se han empecinado en presentarla como «un desastre natural», «una triste fatalidad», «un fenómeno impredecible», etc.
A veces las polémicas, aunque se refieran a las cosas más trágicas, tienen un lado cómico. Leí el lunes una columna de Prensa cuyo autor, aquejado de un inmoderado deseo de descalificar a quienes nos hemos puesto vindicativos en este asunto, nos reprochaba tener un «atávico ardor justiciero» que, según él, nos ha llevado a «preferir la búsqueda de responsables antes que la de desaparecidos». Craso error el nuestro: ¡mira que dedicarnos a escribir, en vez de irnos a Biescas a bucear!
Pero no nos detengamos en la simpleza y centrémonos en lo del «ardor justiciero». ¿Defendemos que se depuren las responsabilidades para -como cree nuestro crítico- cumplir un «rito de purificación política», o sea, porque nos encanta chinchar?
Sencillamente, no. Si desde que conocimos la tragedia algunos nos pusimos de inmediato a indagar las posibles culpabilidades, es porque sabíamos desde hace años que en este género de catástrofes se encierran casi siempre -por no decir siempre- graves errores humanos.
En 1983, un grupo de científicos británicos elaboró un largo informe titulado ¿Catástrofes naturales o errores del hombre? En ese informe se analizaban diversos desastres causados por fenómenos naturales -huracanes, erupción de volcanes, inundaciones, terremotos, etc.- y se llegaba a una conclusión firme: los desastres naturales provocan muy diferentes destrozos, según se produzcan en países que toman severas medidas preventivas ante esos peligros o no. Así de simple. Huracanes y terremotos de idéntica intensidad matan mucho menos en Florida o California que en Haití o Nicaragua. El hecho natural es idéntico: la diferencia está en la actitud de los hombres.
No es sólo cuestión de sesudos estudios científicos. También de experiencia personal. En octubre de 1982 me tocó hacer un reportaje sobre una riada en Alicante. En el popular barrio de San Gabriel, construido en medio de una escorrentera, llegué a ver un camión empotrado en el segundo piso de un edificio. Las aguas se llevaron todo por delante, vías del tren y autovía incluidas. Luego hemos sabido que hay en este país cientos de situaciones similares. Como la de Biescas.
Por eso algunos, en cuanto oímos que el cámping «Las Nieves» estaba situado en el cono de deyección de un barranco, sospechamos lo que luego los hechos han confirmado.
¿Un «atávico ardor justiciero»? Justiciero, tal vez. Pero de atávico, nada. Aquí lo único atávico que hay es la tendencia de alguna gente a negarse a ver lo que está mal.
Javier Ortiz. El Mundo (14 de agosto de 1996). Subido a "Desde Jamaica" el 15 de agosto de 2012.
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