Señor presidente: Lleva usted veinte días en La Moncloa. No es mucho tiempo, desde luego. Sí el suficiente, con todo, para que haya dado muestra de algunas querencias que, si he de serle sincero, no me gustan nada.
En materia de nombramientos, por ejemplo. Ha puesto usted al frente de Radio Televisión Española a una señora que no tiene pajolera idea ni del periodismo, en general, ni del nido de buitres en el que se ha metido, en particular. Y en Cultura ha colocado a otra señora que, según me cuentan -lo mismo son infamias-, ha llegado a decir con candor digno de mejor causa que Saramago es uno de sus pintores favoritos. Lo de Eduardo Serra en Defensa tiene doble yerro: primero, porque no lo colocó usted, sino que se lo colocaron -y no insista en negarlo: usted y yo sabemos que don Eduardo no figuraba para nada en sus planes primeros-, y segundo porque quien fue mano derecha de don Narcís Serra no pudo pasar por tal puesto como el rayo de sol pasa por el cristal, sin tocarlo ni mancharse. Ya puestos a decirlo todo, tampoco me parece una idea genial, la verdad, colocar a doña Isabel Tocino de ministra de Medio Ambiente (¿está seguro de que, con las prisas, no confundió conservacionismo con conservadurismo?).
Los tímidos avances que está usted haciendo en materia de política económica también me tienen un tanto mosca. No es que me parezcan mal. No me parecen ni bien ni mal. No los entiendo, sencillamente. Les oigo decir que van a ahorrar mucho, pero como no sueltan prenda sobre las partidas en las que piensan meter la tijera, pues me quedo a dos velas.
Le digo que hay cosas que está usted haciendo -éstas son algunas; hay otras-, que veo y no me gustan, y usted me contestará que a usted qué narices le importa lo que piense o deje de pensar yo, y tendrá toda la razón: no tiene por qué importarle nada. A fin de cuentas, no me cuento entre los nueve millones y medio de electores que le dieron su apoyo. Lo extraño sería que, defendiendo criterios políticos tan distantes de los suyos, su acción de Gobierno me satisficiera. Uno, en su modestia, es un demócrata, y ya sabe que ha perdido en las urnas, y que usted tiene todo el derecho a hacer las cosas a su modo.
Tiene usted ese derecho, sí. Pero dentro de ciertos límites. Privatice todo lo que quiera, deje peladas las pensiones de los viejos, abarate los despidos, regale armas a Hassan para que sostenga su dictadura, nombre a El Fary director de la Orquesta Nacional: todo eso, por mal que me parezca, entra dentro de sus atribuciones.
Pero no proteja a los responsables de los GAL. No haga nada que ayude a esconder a los autores e inductores de aquellos crímenes. Porque, si lo hiciera, entonces se encontraría con que algunos, entre los que me cuento, ya no nos conformaríamos con disentir de su labor cuando se terciara, sino que nos impondríamos el deber moral de desenmascarar su papel de encubridor de una banda criminal.
Tenga clara, por favor, señor presidente, la frontera que separa lo que un gobernante puede hacer y lo que no puede hacer de ningún modo. Aunque el pasado reciente no le ayude a ello.
Javier Ortiz. El Mundo (24 de mayo de 1996). Subido a "Desde Jamaica" el 30 de marzo de 2011.
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