Javier Rojo -que, en contra de lo que su apellido podría sugerir, es secretario general del Partido Socialista en Álava- ha denunciado «las prácticas carroñeras» de los miembros de la Ejecutiva Federal que quieren forzar el definitivo apartamiento de Nicolás Redondo Terreros de la política activa vasca.
Por su parte, los dirigentes del PSE que desean licenciar a Nicolasín han denunciado «las actitudes carroñeras» del PP, cuyos dirigentes no paran de invitar a los seguidores de Redondo a que cambien de chaqueta y se busquen acomodo en la sucursal vascongada del partido de Aznar.
Una cosa está clara: todos están convencidos de que hay carroña. De lo contrario, no verían peligro alguno en la actividad de los carroñeros.
Yo no sé si hay o no carroña en el PSE. A cambio, sé que está inmerso en una contradicción de muy difícil resolución.
Las posiciones de Redondo Terreros, muy próximas de las del PP -y tan próximas: siempre un paso por detrás-, cuentan con muchos simpatizantes dentro de la estructura orgánica del socialismo vasco. Bastantes representantes públicos del partido, así como buena parte de sus diputados, alcaldes y concejales, viven con la eterna y más que comprensible obsesión de estar en el punto de mira de ETA, lo que les predispone a la visceralidad antinacionalista y, por vía de consecuencia, a la vecindad política del PP.
Pero esa actitud, por entendible que resulte desde el punto de vista psicológico, no es compartida por franjas muy importantes de la militancia de base y del electorado histórico del socialismo vasco, que se sienten muy incómodos viendo cómo sus dirigentes van a todas partes del brazo del partido de la más rancia derecha española y que evocan con nostalgia los tiempos en que el PSE se repartía amigablemente con el PNV la gobernación de la Comunidad Autónoma. Lo cual también es perfectamente comprensible.
No es que estos últimos no odien a ETA. Claro que la odian. Pero, viéndose menos en el disparadero, se sienten algo más proclives a los matices, y no culpan al conjunto del nacionalismo vasco de los crímenes del terrorismo.
Por esquematizar: Redondo es más representativo del aparato del partido, en tanto que Jáuregui y compañía están más en sintonía con la militancia de base y el electorado socialistas.
La contradicción se empozoña con otras consideraciones. Porque no falta quienes señalan -y con razón- que el núcleo duro del sector disconforme con la trayectoria de Redondo es heredero directo de las prácticas más corruptas del felipismo en Euskadi.
O sea, que un lío de mil pares. Por eso digo que la pelea tiene mal arreglo.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (10 de enero de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 26 de febrero de 2017.
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