No he sido jamás militante ni simpatizante del Partido Comunista de España pero, primero como antifranquista activo y luego como observador y crítico de la realidad política desde una perspectiva de izquierda, he seguido con atención las actividades del PCE desde hace algo así como 34 años. No es poca cosa, me parece.
A lo largo de todo este tiempo, he visto a este partido cambiar de táctica política en muchas ocasiones, pero nunca -hasta hace unos años- de estrategia global. Cuando empecé a analizar sus meandros, Santiago Carrillo llevaba unos pocos años ocupando la Secretaría General. Estaba empeñado en la promoción de lo que llamó en un principio huelga general política, y más tarde huelga nacional pacífica. Según su análisis -que años antes ya había formulado Dolores Ibárruri desde las páginas de la revista teórica del partido, Nuestra Bandera-, el franquismo no era sino una pequeña camarilla reunida en torno al dictador, una camarilla que contrariaba los intereses de la práctica totalidad de la sociedad española. No admitía Carrillo que el régimen franquista -esto era al inicio de los 60- expresara las necesidades de determinados sectores económicos y sociales dentro de España y que fuera asimismo útil para la estrategia internacional encabezada por los EEUU. En consonancia con esta visión voluntarista de la situación española, Carrillo y los suyos propugnaban una alianza de toda la sociedad para desalojar a Franco, objetivo que planteaba como alcanzable en muy breve plazo.
Poco importó que algunos llamaran la atención sobre la superficialidad de esa pintura de la realidad. Hubo incluso quien lo hizo desde dentro de la propia dirección del PCE: fue el caso de Fernando Claudín y Jorge Semprún, que elaboraron un amplio informe titulado El subjetivismo en la política del Partido Comunista de España y que fueron rápidamente expulsados.
Ignoro en qué medida Carrillo y los suyos se creían su propio planteamiento. Lo que sí sé, en cambio, es que les venía muy bien para dejar clara su disposición a aceptar cualquier tipo de nueva realidad política que permitiera la legalización de su partido. Nadie que lea hoy el opúsculo que Carrillo escribió por aquellas fechas, Después de Franco, ¿qué?, llegará a una conclusión diferente. La dirección del PCE estaba dispuesta a lo que fuera con tal de ser admitida lo más rápidamente posible en el juego político y ponerse en condiciones de alcanzar algún Poder. Su obsesión casi única era contribuir a crear cuanto antes y a cualquier precio unas condiciones que le permitieran entrar a formar parte del establishment.
A esa línea política, subjetivista en sus formas y oportunista en sus contenidos, que se mantuvo con unas u otras variantes hasta la transición -y que llevó al PCE a participar en la creación de un marco político del que acabó siendo una de sus principales víctimas-, correspondía también un modo de actuar en la vida política. Un miembro del Comité Ejecutivo del PCE me lo describió mediados los 70 en París, en el curso de una discusión en la que trataba de convencerme de que mis planteamientos sobre la lucha antifranquista eran utópicos. Me dijo: «Desengáñate. En esto de la política hay que ser muy puta». No diré yo que su expresión fuera extremadamente educada pero, a cambio, me pareció francamente gráfica, definidora de un estilo de hacer política que, para dejar el máximo espacio disponible a los resultados, se desprende cuanto haga falta de la ética de los métodos.
Tales posiciones, características de lo que pudiéramos llamar el carrillismo, marcaron la política del PCE a lo largo del franquismo y en la transición. Y marcaron también de modo casi indeleble al conjunto de dirigentes cuya formación política se realizó en ese caldo de cultivo. Todos ellos se acostumbraron a dar muy escasa importancia al rigor teórico de los análisis o, para ser más exactos, a remedar teorías con la exclusiva finalidad de ofrecer una justificación a la política previamente decidida. Todos ellos se habituaron a ver la acción política como un método para acceder por vía urgente a parcelas de Poder. Y todos ellos aceptaron que no preguntarse demasiado por la calidad de los medios utilizados no es deshonestidad, sino mera astucia.
En el panorama actual de Izquierda Unida, ¿qué sector se muestra más fiel a la tradición carrillista del PCE? Sin duda alguna, el de López Garrido, Ribó, Guerreiro y compañía. No solo fueron entusiastas carrillistas en el pasado; lo siguen siendo también actualmente. No hay en ellos ni siquiera el intento de elaborar una estrategia de cambio social: solo la firme voluntad de alcanzar cuanto antes un lugar bajo el sol que más calienta. Y de alcanzarlo como sea, sin reparar en la calidad de los métodos. Su reivindicación de «la unidad de la izquierda», acompañada de la más férrea determinación de negarse a definir en qué consiste ser de izquierda en las presentes condiciones internacionales e internas, es una acabada muestra de su apego al estilo carrillista. Así lo certifica el mayor experto en carrillismo que hay: el propio Santiago Carrillo. Ahora ya en la órbita del PSOE, el ex secretario general del PCE no oculta sus simpatías por las posiciones de este sector. Tampoco las disimulan los más fieles representantes del carrillismo que siguen en la semiactividad, como Simón Sánchez Montero.
Frente a ellos, Julio Anguita encarna una posición que está en directa ruptura con las tradiciones del PCE. Para empezar, porque subordina la acción política a sus planteamientos teóricos (es lo que sus oponentes consideran fundamentalismo). En segundo lugar, porque no considera que tener una parcela en el predio del Poder actualmente existente sea lo más importante. Y, en tercer -pero no último- lugar, porque concede una gran importancia a la ética de los métodos.
Cada cual podrá pensar lo que quiera de la política que preconiza Julio Anguita y que respalda la gran mayoría de Izquierda Unida. De lo que no me parece que exista duda razonable es de que su estilo de hacer política representa un punto de inflexión y cambio en la política del PCE. El de Anguita no es ya el viejo PCE que durante tiempo dirigió (y condicionó) Santiago Carrillo.
Comprendo -aunque no comparto- las razones por las que Anguita sigue reivindicando el título de comunista. Eso, y una parte de su retórica, a veces un tanto decimonónica, hace pensar a muchos que sigue anclado en el pasado. Pero no es así. Son López Garrido y sus seguidores los que mejor representan el viejo modo de hacer política del PCE. Y Anguita y sus seguidores, los que han metido a su corriente política en un camino de auténtica renovación. Aún insuficiente, en mi criterio, pero renovación al fin y al cabo.
Javier Ortiz. El Mundo (22 de septiembre de 1997). Subido a "Desde Jamaica" el 24 de septiembre de 2011.
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