Me dicen que han derribado la cárcel de Salt, junto al Ter, allá en Girona. La recuerdo en 1974: guardo incluso mi diario de recluso.
No me apena el derribo: era un antro frío y húmedo; insalubre.
He oído que también van a echar abajo la cárcel de Carabanchel. La conocí algo después. Era mucho mejor. No por el edificio, sino por las condiciones. De todas los presidios que me obligaron a visitar -Martutene, Barcelona, Lleida, Zaragoza...-, es en Carabanchel donde me sentí más a gusto. O menos a disgusto.
Pero tampoco estaban tan mal las cárceles: eran entonces el único sitio de España en donde no corrías el riesgo de acabar en la cárcel.
En un presidio de éstos estuve poco después de la llamada Revolución de los claveles portuguesa. Los antifranquistas la recibimos con entusiasmo: los soldados con el pueblo, los presos a la calle, la libertad, qué delicia.
El corresponsal de TVE en Lisboa, sin embargo, estaba que echaba pestes. Nos lo hacía saber de telediario en telediario: los manifestantes le parecían gentuza, y todo lo que estaba pasando en la tierra de Pessoa, un drama.
Aquel corresponsal de TVE era Diego Carcedo.
Ahora, el señor Carcedo, como representante del PSOE en el Consejo de Administración de RTVE, está muy indignado porque dice que en un debate de La Primera se habló de las concomitancias entre el franquismo y el felipismo. ¿Le hacen falta pruebas de que esas concomitancias existen? No necesita buscarlas muy lejos: él mismo es una.
Los Carcedo -el plural se impone: su caso dista de ser único- se quejan de que comparemos el felipismo con el franquismo. Una queja absurda: no lo hacemos. Los que en la lucha por las libertades arriesgamos la nuestra -y la perdimos- estamos en muy buenas condiciones para captar la diferencia: mientras González fue presidente, dijimos lo que pensábamos y nadie nos encarceló. ¿Se creen que no nos damos cuenta, o que nos da igual? Pero ver eso no nos impide captar también otros aspectos de la realidad. Entre ellos, los rasgos de continuidad entre el pasado y su herencia.
Los felipistas pretenden que la opinión pública se crea que la huella del franquismo es cosa del PP, y que ellos representan la tradición antifranquista. No hay tal. El felipismo se nutrió del aparato del franquismo y de sus técnicas, a veces con entusiasmo verdaderamente impúdico. ¿De dónde se creen ustedes que salió, si no, el hoy general Galindo? ¿De la escuela socialdemócrata de Hamburgo? ¿Y por qué piensan que Barrionuevo se entusiasmó tanto con la Guardia Civil, así que la conoció por dentro? ¿Porque había recibido un premio de Amnistía Internacional?
Carcedo es de la misma cantera. Cuánto mejor estaría callado.
Javier Ortiz. El Mundo (29 de noviembre de 1997). Subido a "Desde Jamaica" el 3 de diciembre de 2011.
Comentar