Aigües, a unos 400 metros sobre el nivel del mar en Alicante –que, como se sabe, es el tenido por punto cero del nivel del mar en el conjunto del España–, está siempre a 3º C o 4º C menos que la costa. Si añadimos a ello que este trozo de la costa mediterránea está resultando este año algo menos caluroso que la mayoría de los rincones de la península, incluyendo la cornisa cantábrica, habré de concluir que estoy situado en un lugar comparativamente bueno.
Ése es el asunto: que es bueno sólo comparativamente. Menos malo que otros. Porque el hecho es que tenemos un calor impresionante, muy superior al de otras temporadas.
A mí el calor me afecta mucho. Más que a la mayoría. Aun durante el día me arreglo: me instalo en el salón bajo el radio de acción del pingüino –que aporta más ruido que aire fresco, bien es cierto– o me meto bajo el agua. Pero por las noches, pese al ventilador, me duermo con mucha dificultad y me despierto cada tanto empapado en sudor. Con lo que me levanto ya cansado.
Si estuviera de vacaciones plenas, me lo tomaría con más tranquilidad. Pero tengo mucho trabajo pendiente, que debo sacar adelante sea como sea durante agosto.
¿Que tú estás peor? ¿Que ni siquiera tienes a mano mis remedios? ¿Que soportas a todas horas un calor mucho más fuerte? Lo siento. Pero comprenderás que no me sirva de consuelo. Del mismo modo que a ti no te consolará –supongo– que en Liberia tengan tanto calor como tú, pero aparte de eso les estén masacrando, o que en muchos puntos del trópico sólo puedan elegir entre morir de calor o morir de sed y de hambre.
Estamos de acuerdo en que todo es empeorable. ¿Cómo no estarlo, si ésa es la principal lección de la Historia humana?
Javier Ortiz. Apuntes del natural (6 de agosto de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 24 de diciembre de 2017.
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