A propósito de la actuación de George W. Bush en caso Schiavo y de la calificación de «tipejo» que le reservé en un anterior apunte, me escribe un lector desde California para, de un lado, decirme que le parece una catalogación decididamente benévola y, de otro, contarme que ha salido en Estados Unidos un libro titulado Bush On the Couch, del que es autor Justin A. Frank, psiquiatra afincado en Washington D.C., que tiene bastante buena pinta.
Me cuenta el lector lo que el doctor Frank escribe en el prólogo del libro. Dice:
«Si alguno de mis pacientes dijese con frecuencia una cosa e hiciera otra, querría saber por qué.
»Si descubriese que usa palabras que ocultan su verdadero significado y afectasen a alguien y oscureciesen el sentido de sus actos, comenzaría a preocuparme más.
»Si revelara que tiene una visión del mundo rígida, caracterizada por su tendencia a hipersimplificar la distinción entre lo justo y lo injusto, entre el bien y el mal y entre los aliados y los enemigos, dudaría de su capacidad para entender la realidad.
»Y si sus acciones reflejasen una indiferencia poco común -o incluso una actitud sádica- hacia el sufrimiento humano, revestido de una pía pretensión de compasión, me preocuparía seriamente por la seguridad de las personas cuya vidas tengan relación con él o dependan de él.
»En estos tres últimos años he observado con creciente alarma las incoherencias y las contradicciones de un individuo así. Pero no se trata de uno de mis pacientes. Es nuestro presidente.»
La descripción es correcta: se trata, sin duda, de un caso clínico.
Pero no de un caso muy excepcional. Hace años que vengo observando lo propicio que es el mundo de la política para los psicópatas. Encuentran en él un ambiente perfecto para adaptar sus obsesiones y disimularlas. Los paranoicos, en particular, se sienten a sus anchas: pueden sentirse perseguidos, porque de hecho lo están. No es nada raro que se encaramen a altos puestos de responsabilidad.
A partir de ahí, todo el asunto está en el grado de poder que alcancen. Cuando se trata de líderes psicópatas que ejercen en una democracia que limita severamente sus poderes, la cosa puede mantenerse dentro de límites más o menos tolerables. Lo malo es cuando tienen en sus manos una muy amplia capacidad de maniobra, sea porque se han hecho con las riendas de un estado presidencialista, sea porque se han encaramado a la cumbre de una dictadura. El caso de Bush es particularmente espantoso porque ocupa el puesto de más poder del mundo, sólo limitado por el control que ejercen sobre él fuerzas que son tan peligrosas como él, si es que no más.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (29 de marzo de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 19 de noviembre de 2017.
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