George W. Bush se ha puesto radical. «Quien no esté con nosotros, está contra nosotros», dijo ayer, dirigiéndose a los mandatarios del resto del orbe.
Se trataría tan sólo de una frase desafortunada -por excesivamente altanera-, si lo que estuviera reclamando fuera algo elemental: la solidaridad con las víctimas de los atentados del día 11 y la condena de los actos terroristas, por ejemplo. Pero no: estaba conminando a los gobiernos del mundo entero a apoyar de modo activo las iniciativas bélicas o de gendarmería internacional que se dispone a emprender, amenazando con catalogar como enemigo a quien no se avenga a sus dictados. O a quien no se avenga sin rechistar, porque, como él mismo ha dicho también: «No es momento de negociar; es momento de actuar».
Los gobernantes harán lo que quieran -suelen hacerlo- pero, en lo que a mí concierne, nunca sería incondicional de alguien que me exigiera incondicionalidad.
En este caso, además, la incondicionalidad viene fuertemente desaconsejada por algunos factores adicionales.
Uno, de considerable importancia, es la afirmación previa de las autoridades de Washington de que están dispuestas a la «guerra sucia», es decir, a servirse de métodos ajenos a la legalidad internacional para tratar de alcanzar sus fines. A partir de tan descarada como inaudita proclama, quien respalde sus planes corre el riesgo de abandonar la categoría política de solidario para entrar directamente en la consideración penal de cómplice.
Otra consideración que debería disuadir de la incondicionalidad es la fundada sospecha de que Bush y los suyos están falseando los datos de la realidad, para mejor amoldarla a sus pretensiones.
Están exagerando la importancia cuantitativa y cualitativa del grupo de Bin Laden, utilizándolo como excusa para emprender una gran operación de limpieza en el conjunto del mundo árabe, llevándose por delante todo lo que les sea hostil, con independencia de quién haya tenido que ver algo con los atentados del pasado día 11 y quién no.
Pero estas objeciones, con ser de peso, resultan livianas ante la principal: Bush se equivoca de medio a medio al creer que el mundo árabe es un importante foco de tensión porque hay mucho extremista, deduciendo de ello que la solución pasa por liquidar a los extremistas. Los extremistas no son la causa, sino el efecto de una situación marcada por gravísimas frustraciones, injusticias y desequilibrios, a bastantes de los cuales -dicho sea nada de paso- vienen contribuyendo los gobernantes norteamericanos desde hace décadas.
Mejor sería que Bush aplicara sus querencias radicales en sentido etimológico: radical es el que va a la raíz de los problemas.
Javier Ortiz. El Mundo (22 de septiembre de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 21 de octubre de 2012.
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