Bush se ha lanzado desesperadamente a por un solo objetivo: sacar a sus soldados de Irak como sea. Comprueba que cada día que pasa crece la nómina de bajas de su Ejército y ve cómo la opinión pública estadounidense empieza a estar francamente cabreada con lo que se suponía que iba a ser un paseo militar y un negocio redondo y, de momento, no pasa de la categoría de desastre.
Quiere irse de Irak pero, claro está, no admitiendo su fracaso, y menos todavía dejando aquello fuera de control, expuesto a un regreso de las fuerzas del partido Baaz. En consecuencia, necesita que su ausencia sea cubierta por soldados de reemplazo, dicho sea en el sentido nacional de la expresión, o sea: de otros países.
Lo primero que ha hecho es tratar de improvisar una especie de ejército iraquí de circunstancias, para que los iraquíes se maten entre sí. Pero como ese ejército no puede ser gran cosa a corto plazo, Bush reclama que sean otros países, o incluso las propias Naciones Unidas, quienes pongan la carne de cañón.
Se solía hacer bromas con el llamado capitán Araña, especialista en montar las refriegas y largarse a escape dejando a los demás zurrándose de lo lindo, pero lo de este hombre es de categoría muy superior: monta la guerra por sus propias narices, menospreciando la oposición de varias grandes potencias y riéndose del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y, cuando ya la cosa no tiene vuelta de hoja, pretende que los menospreciados de ayer pongan los soldados de hoy para que él pueda retirarse del campo de batalla con el menor desgaste posible. Es demasiado.
Y luego está Aznar, que se dedica a hacer el papelón continuo: primero se deja arrastrar por las mentiras ajenas a la defensa de una guerra en pro de intereses ajenos y ahora se aviene a poner tropas propias para que el burlador de ayer se salga con la suya. Vaya un personaje.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (21 de julio de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 13 de enero de 2018.
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