Se habla mucho estos días de «la burocracia de Bruselas» y sus peligros, y forman legión los que no tienen ni idea de qué va la cosa. Así que se me ha ocurrido contarles a ustedes una batallita sobre algo que me pasó hace como cinco o seis años con «la burocracia de Bruselas», por si puede ilustrarles sobre el asunto.
Me acordé de este episodio el otro día cuando, escribiendo sobre la «subsidiariedad» de marras, me volví tarumba buscando la citada palabreja en los muchos diccionarios de la lengua española que hay en la Redacción -la mayoría de ellos, dicho sea de paso, asombrosamente nuevos-. No la encontré. Infiero que se la han inventado. Chicos desenvueltos, éstos de la CE. Pero vamos con mi batallita. Recibía yo a la sazón, por razones de trabajo, mucho papel procedente de la Comisión Europea y miraba con perplejidad que sus resoluciones eran sistemáticamente calificadas de «directivas». Pijotero que me pongo a veces con esto del idioma, me decidí a escribir a los representantes españoles en Bruselas para decirles que mejor si dejaban de dar patadas al diccionario: que, en castellano, una «directiva», como sustantivo, es una reunión de directivos, v. gr.: eso que tienen en su cima el BBV o el Deportivo de La Coruña; que lo que ellos me estaban remitiendo eran «directrices». Les pedía que desecharan el galicismo y volvieran a nuestro no mal surtido castellano.
Ya ven ustedes que se trataba de una objeción de entidad bastante limitada, a la que yo mismo, si no fuera porque vivía por entonces momentos de cómodo relajo, ni siquiera hubiera prestado atención.
Pasó el tiempo y, cuando ya casi me había olvidado de mi misiva, recibí contestación de Bruselas. Nuestros representantes ante la CE me replicaban que era probable que tuviera yo razón, pero que, dado que las traducciones de los documentos comunitarios a las diversas lenguas eran resultado de un acuerdo de los Doce, hacer esa corrección obligaría a realizar un trámite burocrático extremadamente complicado. Con lo que -concluían- ya no tenían más remedio que seguir empleando erre que erre el término «directiva».
Ya ven: en la CE, cambiar una palabra errónea por otra correcta obliga a enojosísimos trámites. Por falta de «subsidiariedad», supongo.
Javier Ortiz. El Mundo (10 de octubre de 1992). Subido a "Desde Jamaica" el 15 de octubre de 2010.
Comentar